24 de septiembre de 2012
Las multinacionales dicen estar preocupadas, pero no lo
están por el calentamiento global, sino
por sus posibilidades de hacer negocios cada vez más lucrativos. A finales de 2007 tuvimos dos acontecimientos
relevantes: la concesión del Premio Nóbel para Al Gore y los científicos del
IPCC, y la Cumbre de Bali para ver si actualizaban los acuerdos de Kioto.
Al Gore, actual adalid de la lucha contra el cambio
climático, tiene el dudoso honor de haber sido el que forzase en Kioto a
rebajar la reducción de emisiones de GEI (gases de efecto invernadero) a la
atmósfera. La UE pedía el 15%, pero EEUU la bajó hasta el 5,2%. Después
hicieron algo peor: destruyeron el acuerdo. La mayoría insistió en que se
hiciese en sus respectivos países. EEUU, con Gore a la cabeza, planteó que los
países ricos pudiesen comprar las reducciones a otras naciones. Cuando este
acuerdo se aprobó, se creó un enorme mercado, el mercado de los bonos de
carbono (ETS), que en realidad es un mercado de reducciones falsas.
El ETS funciona sobre la base de asignar cuotas a las
empresas. Si una empresa no gasta su cuota, puede vender ese sobrante a las
empresas que sí rebasaron el cupo que les fue asignado. Por su dinamismo, el
mercado de bonos de carbono se está convirtiendo en uno de los espacios de
especulación más grandes del mundo. Por eso no sorprende que la Asociación
Internacional de Transacciones de Emisiones, el lobby principal de los
especuladores en el mercado mundial de bonos de carbono, haya sido uno de los
organismos con mayor presencia en la Cumbre de Bali.
Se han intercambiado bonos de carbono por 30.000 millones de
dólares en el ETS. Pero el sistema de mercado de bonos de carbono ha sido un
fracaso para la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero:
entre 2001 y 2004 las emisiones de GEI en Europa crecieron un 3% y en 2006 el
aumento fue de 1,5%.
Por otro lado,
aprovechando el miedo que se está empezando a generar entre la población,
surgen proyectos como el de echar partículas de hierro en las Islas Canarias
para disparar el florecimiento del fitoplancton y de ese modo absorber más CO2
de la atmósfera y otras similares. Es decir empresas dedicadas a proyectos de
geoingeniería tratan de sacar tajada de la situación. Cualquier experimento
para alterar la estructura de los océanos o de la atmósfera puede provocar algo
peor de lo que se trata de corregir.
El último informe del IPCC representa un avance respecto de
la indefinición anterior, pero parte de una premisa falsa. En él se
responsabiliza a la emisión de gases producida por la infraestructura técnica
que hay en el planeta y acusa a la actividad humana en general de todos los
males, sin atacar el fondo del problema: el sistema capitalista.
El capitalismo, con tal de producir ganancias para una
minoría de parásitos, no tiene problema en contaminar lo que sea. El efecto
lógico de la explotación de los trabajadores por los capitalistas es la
destrucción del medio ambiente. El sistema capitalista tiene su lógica en
producir al costo que sea y destruyendo lo que sea, seres humanos o el mismo
planeta. Por lo tanto, es imposible que las multinacionales capitalistas, que
disfrutan de los beneficios de esta expoliación, se decidan a cambiar
drásticamente la situación.
Se viene debatiendo
ampliamente sobre este problema y existe un consenso científico que el clima
global se está viendo alterado de manera importante, agudizándose esta
alteración desde el siglo pasado, como consecuencia del incremento de
concentraciones de gases de efecto invernadero, tales como el dióxido de
carbono, metano, óxidos nitrosos y
clorofluorocarbonos.
Uno de los impactos que el uso de combustibles fósiles ha
producido sobre el medio ambiente terrestre ha sido el aumento de la
concentración de dióxido de carbono (CO2) en la atmósfera. La cantidad de CO2
atmosférico había permanecido estable aparentemente durante siglos, pero desde
1750 se ha incrementado en un 30% aproximadamente. Lo significativo de este
cambio es que puede provocar un aumento de la temperatura de la Tierra a través
del proceso conocido como efecto invernadero. El dióxido de carbono atmosférico
tiende a impedir que la radiación de onda larga escape al espacio exterior;
dado que se produce más calor y puede escapar menos, la temperatura global de
la Tierra aumenta
Se estima que los
patrones de precipitación global, con lluvias ácidas y otras distorsiones
atmosféricas, también se ven alterados
como respuesta a lo anterior. Existe un cierto acuerdo general sobre estas conclusiones, pero hay una incertidumbre con
relación a las magnitudes y las tasas de estos cambios a escalas regionales y
mundiales.
Asociada también al uso de combustibles fósiles, la
acidificación se debe a la emisión de dióxido de azufre y óxidos de nitrógeno
por las centrales térmicas y por los escapes de los vehículos a motor. Estos
productos interactúan con la luz del Sol, la humedad y los oxidantes
produciendo ácido sulfúrico y nítrico, que son transportados por la circulación
atmosférica y caen a tierra, arrastrados por la lluvia y la nieve en la llamada
lluvia ácida, o en forma de depósitos secos, partículas y gases atmosféricos.
Los expertos afirman
estos cambios en el patrón de emisiones de gases están produciendo importantes
alternaciones en los ecosistemas globales, alteraciones que irán en aumento si
no se toman medidas adecuadas. Los ecologistas advierten en trabajos
científicos realizados que los rangos de especies arbóreas podrán variar
significativamente como resultados del cambio climático global que se está
operando, por lo que las medidas correctivas debieran estar siendo aplicadas ya
de forma científica y globalmente planificada en beneficio de la humanidad y no
de unos cientos de multinacionales privadas, que no se pueden poner de acuerdo
para un plan debido a su sistema de beneficio privado y competencia feroz.
Si analizamos la situación del planeta a partir de 1970,
primer año en que se declaró el “Día de la Tierra”, se han perdido desde
entonces 300 millones de hectáreas de zonas de árboles, los desiertos se han
extendido en más de 220 millones de hectáreas, miles de animales y plantas se
han extinguido y el planeta se deteriora vertiginosamente. Cada año se emiten a
la atmósfera más de 50.000 millones de toneladas de gases contaminantes. La erosión del suelo se está acelerando en
todos los continentes y está degradando unos 2.000 millones de hectáreas de
tierra de cultivo y de pastoreo, lo que representa una seria amenaza para el
abastecimiento global de víveres. Cada año la erosión de los suelos y otras
formas de degradación de las tierras provocan una pérdida de entre 5 y 7
millones de hectáreas de tierras cultivables. En el Tercer Mundo, la creciente
necesidad de alimentos y leña han tenido como resultado la deforestación y cultivo
de laderas con mucha pendiente, lo que ha producido una severa erosión de las
mismas.
Para complicar aún más el problema, hay que tener en cuenta
la pérdida de tierras de cultivo de primera calidad debido a la industria, los
pantanos, la expansión de las ciudades y las carreteras. La erosión del suelo y
la pérdida de las tierras de cultivo y los bosques reducen además la capacidad de conservación de la
humedad de los suelos y añade sedimentos a las corrientes de agua, los lagos y
los embalses. El planeta Tierra está
experimentando también un progresivo
descenso en la calidad y disponibilidad del agua. En el año 2000, en torno a 508 millones de personas vivían en
31 países afectados por escasez de agua y, según estimaciones de la
Organización Mundial de la Salud (OMS), aproximadamente 1.100 millones de
personas carecían de acceso a agua no contaminada. En muchas regiones, las
reservas de agua están contaminadas con productos químicos tóxicos y nitratos.
Las enfermedades transmitidas por el agua afectan a un tercio de la humanidad y
matan a 10 millones de personas al año.
Después de nueve años, la situación se sigue agravando, lo que indica
que el capitalismo no puede dar respuesta a las calamidades que su propio
sistema produce. Cerca de 3.000 millones
de personas tienen dificultades para alimentarse dignamente y más de 1.500
millones sufren enfermedades y hambrunas terribles.
Es cierto que existen controversias e incertidumbres con
respecto a los ritmos del cambio climático global y las respuestas de los
ecosistemas, pero la tendencia global es que se puede traducir el proceso en un
desequilibrio económico cada vez más pronunciado, siendo de vital importancia
en países que dependen fundamentalmente de recursos naturales que son
explotados vorazmente por la especulación capitalista sin control alguno.
Lo que resulta más grave es el impacto directo sobre los seres
humanos, que puede tener consecuencias como la expansión de enfermedades
infecciones tropicales y de otra índole, puede afectar en los incrementos de
las inundaciones de terrenos costeros arrasando ciudades enteras, tormentas más
virulentas e intensas que pueden provocar la extinción de incontables especies
de animales y plantas, así como fracasos de cultivos en zonas vulnerables,
incrementos de las sequías, avances de zonas desérticas y demás catástrofes
medio ambientales que producirán hambrunas y mortandad terribles para la
humanidad.
En las décadas de 1970 y 1980, los científicos empezaron a
descubrir que la actividad descontrolada del sistema caótico capitalista estaba teniendo un impacto negativo sobre la
capa de ozono, una región de la atmósfera que protege al planeta de los dañinos
rayos ultravioleta. Si no existiera esa capa gaseosa, que se encuentra a unos
40 Km. de altitud sobre el nivel del mar, la vida sería imposible sobre nuestro
planeta. Los estudios mostraron que la capa de ozono estaba siendo afectada por
el uso creciente de clorofluorocarbonos (CFC, compuestos de flúor), que se
emplean en refrigeración, aire acondicionado, disolventes de limpieza,
materiales de empaquetado y aerosoles. El cloro, un producto químico secundario
de los CFC ataca al ozono, que está formado por tres átomos de oxígeno,
arrebatándole uno de ellos para formar monóxido de cloro. Éste reacciona a
continuación con átomos de oxígeno para formar moléculas de oxígeno, liberando
moléculas de cloro que descomponen más moléculas de ozono. El adelgazamiento de
la capa de ozono expone a la vida terrestre a un exceso de radiación
ultravioleta, que puede producir cáncer de piel y cataratas, reducir la
respuesta del sistema inmunitario, interferir en el proceso de fotosíntesis de
las plantas y afectar al crecimiento del fitoplancton oceánico.
El uso extensivo de
pesticidas sintéticos derivados de los hidrocarburos clorados en el control de
plagas, introducidos por las multinacionales sin un control exhaustivo comprobado
para analizar el impacto en la salud de la humanidad, ha tenido efectos colaterales desastrosos
para el medio ambiente y para la salud de los seres humanos, en particular para
los jornaleros y campesinos que trabajan en los invernaderos. Estos pesticidas organoclorados son muy
persistentes y resistentes a la degradación biológica. Muy poco solubles en
agua, se adhieren a los tejidos de las plantas y se acumulan en los suelos, el
sustrato del fondo de las corrientes de agua y los estanques, y la atmósfera.
Una vez volatilizados, los pesticidas se distribuyen por todo el mundo,
contaminando áreas silvestres a gran distancia de las regiones agrícolas, e
incluso en las zonas ártica y antártica.
Aunque estos productos químicos sintéticos no existen en la
naturaleza, penetran en la cadena alimentaria o directamente en los pulmones de
los campesinos. Los pesticidas son ingeridos por los herbívoros o penetran
directamente a través de la piel de organismos acuáticos como los peces y
diversos invertebrados. El pesticida se concentra aún más al pasar de los
herbívoros a los carnívoros. Alcanza elevadas concentraciones en los tejidos de
los animales que ocupan los eslabones más altos de la cadena alimentaria, como
el halcón peregrino, el águila y el quebrantahuesos. Los hidrocarburos clorados
interfieren en el metabolismo del calcio de las aves, produciendo un
adelgazamiento de las cáscaras de los huevos y el consiguiente fracaso
reproductivo. Como resultado de ello, algunas grandes aves depredadoras y
piscívoras se encuentran al borde de la extinción
Todas esos estudios y
conclusiones son conocidos por todos los gobiernos del mundo y ha llevado
incluso a tomar algunas medidas expresadas en numerosos estudios y conferencias
mundiales, como el tan manoseada e incumplido Protocolo de Kyoto, que ha fracasado rotundamente, y ahora
se han reunido de nuevo en Copenhague
con el objetivo de firmar un nuevo tratado que recuerde lo acordado en Kyoto en 1997, con un estruendoso fracaso aún
mayor.
Un equipo de
economistas dirigidos por Nicholas Stern ha calculado a cuánto ascendería la
factura de colaboración en materia climática, estimándolo en 50.000 millones de dólares al año, que tendrían que gastar los estados
industrializados para contribuir a consolidar los pasos dados por los en vías
de desarrollo. Pero hacer esa aportación, es inviable bajo el sistema
capitalista del lucro privado, como hemos comprobado en la vergonzosa puja a la
baja de las grandes potencias, que han barajado solamente cantidades de entre 8
y 10.000 millones de dólares, lo cual es absolutamente insuficiente.(...)
(Fuente: Extracto de
la revista Cambio Climático, sobre el ecosocialismo y el Medio Ambiente,
editada por la corriente Izquierda Socialista del PSOE de Andalucía tras el
debate de la Conferencia celebrada en Torremolinos).