MIÉRCOLES, 18 DE DICIEMBRE DE 2013
GUSTAVO VIDAL
La rebelión es un derecho
reconocido a los pueblos. Se reconoce desde la antigüedad y se ejerce contra
gobiernos de origen ilegítimo, pero también frente a los que habiendo obtenido
el respaldo de las urnas derivan hacia posturas autoritarias en perjuicio de
los ciudadanos.
Este derecho fue incluido en la
Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de la Revolución
francesa. También en la Declaración de Independencia de los Estados Unidos de
1776, que en su párrafo más famoso señala:
“Sostenemos como evidentes estas verdades: que todos los hombres son
creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos
inalienables; que entre éstos están la vida, la libertad y la búsqueda de la
felicidad; que para garantizar estos derechos se instituyen entre los hombres
los gobiernos, que derivan sus poderes legítimos del consentimiento de los
gobernados; que cuando quiera que una forma de gobierno se haga destructora de
estos principios, el pueblo tiene el derecho a reformarla o abolirla e
instituir un nuevo gobierno que se funde en dichos principios, y a organizar
sus poderes en la forma que a su juicio ofrecerá las mayores probabilidades de
alcanzar su seguridad y felicidad.”.
En este sentido, la Declaración Universal de Derechos Humanos de 1948,
declara en su Preámbulo:
“Considerando esencial que los derechos humanos sean protegidos por un
régimen de Derecho, a fin de que el hombre no se vea compelido al supremo
recurso de la rebelión contra la tiranía y la opresión”.
Pocas dudas, por tanto, pueden albergarse acerca de la legitimidad del
“supremo recurso de la rebelión”. Quedan por determinar los supuestos,
obviamente.
Reflexiones en torno al caso español
Descartada la teoría de que los gobiernos lo son “por la gracia de Dios”,
en los estados democráticos modernos la legitimidad de cualquier gobierno se
asienta en la consecución de la libertad, vida y felicidad de los ciudadanos.
Cualquier gobierno que se salga de estos parámetros carece de legitimidad, por
más que haya accedido al poder mediante cauces formalmente democráticos.
En esta línea, cabría
preguntarse si el actual ejecutivo español gobierna para los ciudadanos o para
una minoría financiera y empresarial que parasita a la mayoría.
Desgraciadamente, un vistazo a la realidad evidencia que las medidas
que se adoptan desde el ejecutivo tan solo buscan la aprobación de un gobierno
extranjero, el alemán, quien a su vez gobierna para asegurar el pago de la
deuda que, de manera irresponsable, contrajeron los banqueros teutones.
Como bien sabemos, en su día, la banca alemana comenzó a prestar dinero
a raudales, de manera irresponsable, a banqueros españoles que, a su vez,
prestaron de modo igualmente alocado, imprudente. Como ambos, banqueros
alemanes y españoles, hicieron mal su trabajo, se generó un colosal pufo
económico.
En lugar de asumir las
consecuencias de su mal hacer, estos banqueros han transferido sus deudas al resto de la
ciudadanía que en modo alguno es responsable de esos desaguisados. Para pagar
ese dislate se recurre a las políticas llamadas de austeridad, es decir,
recortes en pensiones, sueldos, derechos laborales, sanidad, educación, subida
de tasas, multas desproporcionadas con único afán de recaudar, etc.
En suma, los ciudadanos se ven obligados a pagar con su salud, futuro, angustia y dinero, una
deuda que no contrajeron. Los suicidios se han disparado, el consumo de
antidepresivos y ansiolíticos ha aumentado un 50% desde el comienzo de la llamada
“crisis” y los jóvenes más valiosos emigran. Por si lo anterior no bastara,
ante las protestas, el gobierno español contesta con una escalada de represión
de sobra conocida.
Como ejercer el derecho
a la rebelión
Habida cuenta que el gobierno de España, lejos de fomentar el bienestar
social, busca socializar las pérdidas de delincuentes financieros y
empresariales, muchos ciudadanos han decidido protestar.
Las protestas no solo se ignoran, sino que se adaptan las leyes para
desmotivarlas y reprimirlas, hasta el punto que el comisario europeo de
Derechos Humanos ha llamado la atención sobre su posible carácter
antidemocrático. Para situaciones como la descrita se instituyó el derecho de
rebelión, también conocido como revolución o resistencia.
La tentación más primaria podría
centrarse en abatir policías y atentar contra bienes públicos. Pero esto
constituye un error en la actual sociedad. No solo resulta muy poco operativo,
sino que, paradójicamente, aleja a la masa, asusta. Curiosamente, la mayoría de
los ciudadanos muestran repulsa ante un contenedor ardiendo mientras que se
regodean de indiferencia ante despidos masivos o copagos médicos. Es absurdo,
pero así funciona la mentalidad española. De manera que estas vías deben ser
desechadas.
Por otra parte, eso justificaría una represión aún mayor. Quienes hoy
imponen multas salvajes sin control judicial y mandan a la policía a apalear
manifestantes, mañana serían capaces de todo. Y cuando digo todo, me refiero a…
todo. De hecho, siempre ha sido así.
En este sentido, entiendo que el prius básico de la izquierda en
general y de los movimientos sociales en particular, debe centrarse en
despertar a la sociedad, la llamada “mayoría silenciosa”, pues nada puede
construirse al margen de las mayorías, por muy lerdas que nos parezcan. Las
normas neofranquistas del PP pretendiendo que todo el país sea, por decreto,
una “mayoría silenciosa” prueban la importancia de este asunto.
Evidentemente no voy a plasmar aquí y ahora las docenas de ideas que me
bullen en la cabeza a modo de rebelión, pero sí incidir en que todas las que se
adopten no pueden abandonar este norte: el desenmascaramiento del actual
sistema y el relato veraz de lo que está ocurriendo y por qué está sucediendo.
La rebelión habrá alcanzado su punto cuando una mayoría importante de
ciudadanos haya desbrozado el tupido bosque de los engaños y sea totalmente
consciente de que lo vivido no conforma más que una colosal estafa, que todas
las políticas de “austeridad” solo buscan pagar la deuda contraída por golfos y
delincuentes financieros, que el dinero no son más que apuntes contables,
simple juego de monopoly de multimillonarios… si esto llega a suceder, una considerable mayoría tomando la calle de
manera decidida e indefinida puede
cambiar las cosas.
Entonces habrá empezado la
rebelión, nuestro derecho.
DIARIO PROGRESISTA