DOMINGO, 22 DE DICIEMBRE DE 2013
PABLO IGLESIAS
El tremendo desequilibrio que existe hoy entre lo que produce y lo que
consume la clase trabajadora, está haciendo en todas partes cada vez más
crítica y angustiosa la situación de los trabajadores.
En efecto, a la par que los parásitos, los que compran por 2 la fuerza
de trabajo que produce 4 ó 6, se hacen millonarios y enriquecen, los
asalariados, por consecuencia de semejante despojo, se ven unos sometidos a la
más dura y terrible explotación, y se encuentran otros envueltos en la mayor
miseria y muertos de hambre, por carecer de trabajo. El número de éstos
asciende considerablemente de día en día.
Nuestro país, digan lo que
quieran Moret y otros economistas de su calaña, nada tiene que envidiar, cuanto
a crisis económica, a otros países. Ahí está si no para demostrarlo la región
andaluza, también con muchos miles; la gallega, con su atroz miseria y su
extraordinaria emigración, y Madrid, Granada, Valladolid, Zaragoza, Burgos,
Béjar y otras muchas poblaciones, donde el hambre, literalmente el hambre, se
ceba en multitud de trabajadores, que ni en su oficio ni fuera de él, y en
cualquier condición que sea, logran encontrar quien los alquile.
Pero semejante estado, de
consecuencias graves y tristes para la clase productora, encierra un serio
peligro para el orden burgués que le ha engendrado. Esa masa obrera que la
clase explotadora no necesita, o que se vale de ella solamente para mermar el
salario a la que trabaja, ¿se estará quita? ¿Se encerrará en los zaquizamíes en
que vive? ¿Recorrerá las calles silenciosamente? ¿Se dejará morir por
inanición? Imposible. Eso lo harán acaso 30,50 ó 100 obreros; pero los demás,
los miles y millones de seres que no tienen pan porque otros se lo han
arrebatado, no pueden morir de ese modo, máxime cuando en ellos ha penetrado la
luz de las ideas socialistas, y por las mismas saben perfectamente que carecen
de todo, no porque la producción sea escasa, sino porque, siendo abundante, su
distribución no es ni justa ni equitativa.
Las recientes manifestaciones de
los obreros sin trabajo en Londres confirman nuestro pensamiento. No se
avienen, no se conforman a sufrir con resignación los tormentos del hambre y
las angustias de la miseria, mientras los causantes de ella engullen a dos
carrillos y viven en medio de las mayores comodidades. Al contrario,
reconociendo que su quietud y su pasividad pueden perjudicarles
extraordinariamente, se conciertan, llevan a cabo imponentes manifestaciones y
de un modo enérgico y amenazador reclaman de los que tienen acaparado lo que
ellos han producido medidas y soluciones que les faciliten medios de vida.
Y esa actitud en que se ha
colocado el proletariado inglés que carece de trabajo la adoptarán
necesariamente los demás obreros de Europa y América que se encuentran en
idéntica situación que aquél.
No importa que, como en nuestro
país, en Valladolid, Barcelona y otras localidades, los obreros sin ocupación,
influidos por falsas ideas y añejas costumbres, salgan todavía a la calle a
pedir limosna. Eso desaparecerá pronto, y en vez de tender la mano e implorar
en nombre de Dios un pedazo de pan o una pieza de cinco céntimos, los obreros
sin trabajo, ayudados por todos los que sufren las iniquidades del taller,
enseñarán sus puños a los ladrones de la riqueza y, caso de que esa demostración
no fuera bastante a obligar que les entreguen una parte de lo que les han
arrebatado, los dejarán caer sobre ellos y desbaratarán para siempre el sistema
social que gira sobre el eje de la explotación.
El síntoma que dejamos señalado
es, pues, verdaderamente grave para la burguesía, porque amenaza su existencia
como clase, e importante y trascendental para la causa del socialismo. O la
burguesía se decide, si quiere vivir algo más, a aplacar el hambre que sufren
los obreros sin trabajo, o el Partido Socialista, dando conciencia y unidad a
todos esos hambrientos, hará que se apoderen por la fuerza de todo,
absolutamente de todo cuanto a ellos y a los demás trabajadores les han
arrebatado por la astucia y la violencia los poseedores del capital.
(El Socialista, núm. 92, 9-XII-1887, pp. 1-2)
DIARIO PROGRESISTA