miércoles, 6 de marzo de 2013

Golpe de Estado


MARTES, 5 DE MARZO DE 2013

JUAN A. CABRERA

Debe de ser que, en efecto, el pasado vuelve, desde luego convertido en otra cosa como nos enseñan los poetas.

Durante el fin de semana (23F) se han cruzado los argumentos de los que adoptaron como eslogan feliz para las marchas ciudadanas del sábado la idea de un golpe de estado de los mercados y quien, no siendo –que se sepa- estudioso de la historia ni poeta, ni teniendo edad para recordarlo más que vagamente (el Consejero de Presidencia del Gobierno de Madrid, Salvador Victoria, tenía 13 años pues nació en el 68, vaya por Dios), nos advirtió del peligro que conlleva el uso de la libertad de expresión y manifestación por esas gentes que recorren las calles con evidente afán de desestabilizar las instituciones, golpistas de fin de semana que se hacen acompañar en sus pronunciamientos de los niños, la abuela, los bomberos, los médicos…y toda esa ralea insensata.

  Unos días antes, en el Parlamento portugués hubo quien entonó Grandola vila morena, para simbolizar la necesidad de retomar el espíritu del 25 de abril, desde luego sin claveles y esta vez también sin fusiles.

 ¿Qué clase de situación es esta en la que, como escribía hace poco Vicente Verdú (La Fertilidad del miedo, El País, 3 de enero de 2013) “hay protestas, pero se disuelven en las aguas amargas de la cólera efímera” y también: “En vez de llevar a España a un estallido social, la crisis refuerza los lazos comunitarios. Ante el descrédito de todos los poderes, más cercanía al vecino”

  No lo tengo nada claro, aunque sí sé que se trata de algo nuevo y, me perdonarán el pesimismo, terrible.

  Como los malos discípulos que toman de las enseñanzas solo lo superficial para, en el fondo, limitarse a cumplir órdenes, el Gobierno de España (y no lo olvidemos, con él una gran parte de la clase dirigente en cualquier ámbito económico y social) se enroca en la austeridad como si fuera una religión. Y eso –cada vez hay más voces que lo advierten- no nos sacará del agujero.

Lo malo es que tampoco lo hará el crecimiento. Como apunta el economista y miembro del Consejo Económico y Social, Antonio González (La distribución de la renta entre capital y trabajo. Temas para el Debate enero-febrero 2013) “A menudo se ha dicho que ‘primero es necesario crecer para después poder repartir’ Esta afirmación requiere ignorar que, en los términos de la distribución funcional de la renta, el reparto entre salarios y beneficios se realiza de forma simultánea a la producción, por lo que carece de sentido pretender que tal reparto deba esperar al crecimiento”

Las consecuencias de ese enfoque entre esperanzado y necio son que la desigualdad crece y crece y así en la España de 2013 el 20% de la población de ingresos más elevados tiene una participación en la renta total mucho mayor que la que tiene el 60% de población de menores ingresos. Y la brecha se sigue ampliando mientras las autoridades ignoran o fingen ignorar que no habrá milagro y, por el contrario, si nadie lo remedia, se seguirá cumpliendo para regocijo de los menos la bíblica Parábola de los Talentos: “al que tiene, le será dado y tendrá más; y al que no tiene, aun lo que tiene le será quitado (Mateo 25:29)

Así es que ni la austeridad logrará sentar la bases del nuevo desarrollo más racional y sostenible como pretenden sus apóstoles, ni el futuro crecimiento lastrado por tantos cadáveres sociales, conseguirá desandar la galopante marcha hacia la desigualdad y la destrucción de una generación al menos y buena parte de las clases medias.

Jhon Ralston Saul es un tipo elegante que, para nada ofrece la imagen de un perroflauta. El presidente del muy prestigioso y bastante glamuroso Pen Club Internacional, ha escrito El colapso de la civilización y la reinvención del mundo, una obra que está a punto de alcanzar el medio millón de ejemplares de venta. Tanto el libro como la personalidad de su autor, pone de los nervios a los poderosos: parece uno de los suyos, pero no lo es.

 En una entrevista concedida a El País Semanal (3 de febrero pasado) le dice al periodista (Joseba Elola) lo siguiente: “La ironía es que la globalización ha conducido a lo opuesto de lo que prometía. Prometió competencia y ha causado el regreso a los monopolios; prometió renovación del capitalismo y ha supuesto la vuelta al mercantilismo; prometió el final del nacionalismo feo y ha traído la era más nacionalista desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Prometió crecimiento, no tenemos crecimiento; prometió empleo, no tenemos empleo…” Y sigue: es que “la globalización es algo económico…solo de forma marginal. Es una cuestión de política y de control, de poder; es un modelo social…y se rompe porque como modelo social no funciona y siembra la catástrofe por el camino”

Cómo recuerda todo esto ciertos debates de los setenta en torno a la figura de Milton Friedman y a los terribles efectos colaterales de sus teorías sobre la organización de la sociedad disfrazada de teorías económicas.

Un golpe de Estado, según la definición clásica (coup d´État) es la toma del poder político, de un modo repentino y violento, por parte de un grupo de poder, vulnerando la legitimidad institucional establecida en un Estado, es decir, las normas legales de sucesión en el poder vigente con anterioridad. Todos imaginamos con facilidad lo que es, especialmente quienes tenemos en la memoria el 23F.

 Pero, en puridad y acorde con la definición propuesta, para vulnerar la legitimidad institucional no es preciso el concurso de un tipo ridículo gritando “¡se sienten, coño!” Quizás bastaría con alcanzar el poder por medios democráticos e incumplir acto seguido el programa electoral que hizo posible la toma del Gobierno de la nación, al cabo no deja de ser un procedimiento “repentino” y violento por cuanto en unos pocos meses se pone de manifiesto una gran mentira que, en efecto, violenta las reglas de juego. Desde luego que eso no comporta la violación de las normas legales de sucesión, pero pone muy en duda la legitimidad del proceso y señala a quien lo ejecuta como cómplice de un estado de cosas que, este sí, da al traste por vaciamiento sostenido con el ordenamiento acordado en los órganos de representación legítima de los ciudadanos.

Así es que más allá de las tonterías que se le puedan ocurrir a un político regional bastante limitado, cuando se dice que hay un golpe de estado de los mercados, se está convirtiendo en eslogan una realidad compleja pero bien real y presente: que quienes ofician esta liturgia infame de la austeridad y la reducción brutal del déficit como chamanes poseídos por la verdad (o el deber que diría el otro), están poniendo en riesgo la democracia misma. ¿La mansedumbre de la gente refugiada en la solidaridad y el apoyo mutuo frente a tanta agresión durará siempre? A mí me parece que eso no es una seña de identidad de esta era como a veces se dice bobalicona y irresponsablemente; que eso cambie es solo cuestión de tiempo; y es la desigualdad creciente lo que hará saltar la espoleta.

Y, una vez más, habrá que oponer a la fatalidad que hay otros caminos. Claro que se puede. Dice Ralston Saul por ejemplo: “La deuda pública tiene peso moral, pero la privada no. ¿Cómo se come eso? …pero “Si el sector privado se puede librar de la deuda (dación en pago de las grandes constructoras, rescates a la banca y tantos ejemplos más) el sector público también” ¿A que resulta sugerente? Pues hay antecedentes, y los ejemplos históricos más llamativos y en cierto modo paradógicos son Alemania y Estados Unidos.

La cuestión es si los gobernantes van a esperar a que un número suficientemente elevado, crítico, de personas ya no tenga nada que perder. Es que entonces, igual acaba teniendo razón el tonto.

DIARIO PROGRESISTA