lunes, 10 de febrero de 2014

Los falsos revolucionarios

LUNES, 10 DE FEBRERO DE 2014
PABLO IGLESIAS
Son falsos revolucionarios los que, mediante un hecho de fuerza en que el pueblo trabajador no tome parte, tratan de derribar un trono y poner en su lugar un presidente que mantenga igual que aquél los intereses de la clase explotadora.
Son falsos revolucionarios los que desean barrer la Monarquía, acabar con los reyes que ciñen corona, y dejan subsistir, sin embargo, el régimen burgués y los reyes del taller, mucho peores que aquéllos.
Son falsos revolucionarios los que, reconociendo que la existencia de la Iglesia católica es un obstáculo al progreso del pueblo, y ensalzando a todas horas el libre pensamiento y hasta el ateísmo, se contentan con pedir que suprima del presupuesto la cantidad que anualmente se entrega a aquella, en vez de reclamar que cuanto la misma posee, cuanto ha acaparado explotando conciencias y valiéndose del engaño, se arranque de su poder y se restituya a la sociedad.
Son falsos revolucionarios y socialistas de pega los que quieren curar el malestar social, la explotación obrera, haciendo pequeños lotes el terreno que aun posee el Estado y entregándolos a censo a un puñado de proletarios; precisamente lo contrario de lo que exigen la solución del problema social.
Son falsos revolucionarios los que se limitan a pedir la supresión de la lista civil y el presupuesto del clero, todo lo cual pasa de 60 millones de pesetas, y no hacen lo propio con la Deuda pública –la lista civil de los vagos explotadores-que cuesta anualmente cerca de 300 millones.
Son falsos revolucionarios los que sostienen que el pueblo obtendrá completa libertad y mejorará su situación económica el día que la federación política sea un hecho, pues ni ésta puede hacer que aumenten los salarios un solo céntimo ni impedirá que el patrono explote lo mismo que ahora o más si la centralización capitalista ha aumentado.
Son falsos revolucionarios los que, cerrando los ojos ante la lucha incesante, ante el antagonismo declarado de los intereses patronales y los intereses obreros, afirman que unos y otros pueden vivir en perfecta armonía y prosperar dentro del régimen republicano.
De tales gentes no puede esperar la clase trabajadora otra cosa que desengaños y traiciones.
Los que de veras van a la revolución, los verdaderos socialistas y revolucionarios se hallan separados de aquéllos por una insalvable distancia.
Proclaman, en primer lugar, la lucha de clases, o sea, la guerra de los proletarios, de los desposeídos, contra los poseedores, contra los que tienen acaparados todos los medios de producción y de cambio, y al efecto, recomiendan la organización de los trabajadores en partido político distinto y opuesto a todos los partidos burgueses.

Tienen por aspiración o ideal la emancipación económica de cuantos trabajan, o lo que es lo mismo, la abolición de clases, pues siendo todos iguales socialmente, no habiendo explotadores, la esclavitud y la miseria dejarán de existir.
Consideran el único medio de acabar con el predominio de unos sobre otros la transformación en propiedad común o social de los instrumentos de trabajo, primeras materias y todas cuántas cosas sean necesarias a la producción, que son hoy propiedad individual o privada, de la que nace el salario, que es el precio del alquiler del obrero, y la imposibilidad de que éste pueda disponer de todo el fruto de su trabajo.
Entienden que esta transformación sólo podrá hacerse violentamente, por medio de la fuerza, y previa la conquista (efectuada también con procedimientos revolucionarios) del poder político por la clase trabajadora.
Quieren además que mientras los desheredados obtienen la organización y reúnen las fuerzas necesarias para asaltar la fortaleza de la burguesía e implantar las soluciones igualitarias y científicas que el socialismo sustenta, se alcancen mejoras positivas (reducción de horas de trabajo, un mínimum de salario, pensión a los inválidos, etc, etc.) que pongan al obrero en condiciones de trabajar con más eficacia que hoy por redimirse del yugo capitalista.
Esfuérzanse por que los explotados hagan política propia, apartándose de los partidos burgueses, donde están sus enemigos y sus verdugos, y reforzando las filas de los que ya luchan contra la clase patronal.
Y, en una palabra, de acuerdo con la afirmación del inolvidable Marx, sostienen a todas horas que la emancipación de los trabajadores, la muerte como clase de los capitalistas, no puede producirla ningún partido burgués, sino que ha de ser obra única y exclusivamente de los mismos explotados.
Marcada la importante diferencia que existe entre los falsos y los verdaderos revolucionarios, entre los vergonzantes defensores de la burguesía y los declarados enemigos de ella, réstanos decir a los trabajadores que están con los primeros, que los abandonen, que no hagan caso de ellos, aunque les hablen vagamente de emancipación y socialismo –etiqueta con que quieren ocultar sus doctrinas y procedimientos burgueses- y que vengan a su propio campo, al campo socialista revolucionario, donde se pelea de veras porque desparezca la explotación del hombre por el hombre.
(El Socialista, núm. 190, 25-X-1889), p.2 )
DIARIO PROGRESISTA