lunes, 3 de febrero de 2014

Insensatez

LUNES, 3 DE FEBRERO DE 2014
PABLO IGLESIAS
El miedo que infunde el socialismo en la clase privilegiada refléjase bien claramente en la conducta que sus representantes y servidores observan con las huestes o defensores de aquél.
Ese miedo es tan grande, tan extraordinario, que llega a quitar no la tranquilidad y la calma, sino hasta la razón y el conocimiento a los más sesudos campeones del orden social presente.
No se explican de otro modo las medidas de represión, legales unas, arbitrarias otras, ora duraderas, ora momentáneas, que adoptan todos los Gobiernos y autoridades de los países que pasan por civilizados contra los que trabajan por sustituir el régimen individualista o de la propiedad privada con un sistema social donde, por ser la riqueza patrimonio de todos, no quepan antagonismos ni luchas entre los seres humanos.
El movimiento socialista, a pesar de todo eso, crece y crece, haciéndose cada día más poderoso en todas partes.
Y es fatal que así suceda. Las causas que le han engendrado, y que envían a él a todas horas elementos nuevos, subsisten con más fuerza que antes, y en vez de ofrecer señales que indiquen su extinción, manifiestan un considerable desarrollo.
¿Qué importa que se declare el pequeño estado de sitio para los defensores de la emancipación obrera, si el desarrollo industrial, que nadie puede impedir ni contener, arroja al campo revolucionario miles de soldados y les obliga a luchar con empeño contra la clase poseyente?
¿Qué importa que se llenen las prisiones de obreros que se sublevan contra el poder patronal, si la desenfrenada explotación de los detentadores de la riqueza reemplaza a aquéllos con mayor número de descontentos y exasperados?
¿Qué importa que el Código penal se aplique con todo rigor a los que conducen a la lucha económica a sus compañeros de trabajo, si esa lucha la fomenta la guerra, la competencia entre sí mantienen los patronos y que da a las huelgas buenos directores y excelentes soldados?
¿Qué importa que se apalee y acuchille a los que no se resignan a morir de hambre en un rincón, si las bajas que puedan hacer en éstos los sicarios de la burguesía son cubiertas enseguida por el copioso excedente obrero que los inventos mecánicos originan?
¿Qué importa que se persigan con saña a los que trabajan por apresurar la Revolución social, si la concentración capitalista, convirtiendo de la noche a la mañana en proletarios a muchos patronos y poniendo a otros en situación de serlo en breve, envía a las filas socialistas muchos y muy valiosos elementos?
¿Qué importa que se procure inutilizar a los hombres más capaces y activos del ejército obrero, si la burguesía, imposibilitada de tener a su servicio tantos hombres de carrera como salen de las universidades, les obliga a que vayan a ocupar un puesto en aquél?
¿Qué importa, en fin, que para combatir el socialismo hagan uso los Gobiernos de cuantos medios disponen, si la clase a quienes ellos representan se debilita y quebranta de día en día y nada existe que pueda atajar su mal ni evitar su próxima caída?
No; el socialismo es un efecto, no una causa, y mientras no se extirpen las que lo producen, todo lo que se haga contra él será inútil ¿Puede la burguesía acometer semejante tarea? Imposible. Ni está en su mano contener la evolución económica, ni los antagonismos, renunciando a sus privilegios, eso equivaldría al suicidio, y las clases jamás se suicidan.
El socialismo, pues, es indestructible mientras no cumpla su misión, y nada, absolutamente nada, ni crítica, ni leyes, ni fusiles, lograrán detener su desarrollo.
Lo único que se conseguiría combatiéndole por la fuerza y persiguiendo a sus adeptos; lo único que obtendrán los Gobiernos de la burguesía, de continuar la insensata campaña que han emprendido contra él, es que cuando llegue la hora suprema, cuando al grito de ¡viva la Revolución social!, los proletarios se alcen en armas y rompan las cadenas de su esclavitud, estalle impetuosa su ira y satisfagan los deseos de venganza que necesariamente han de abrigar sus pechos.
(El Socialista, núm. 170, 7-VI-1889, p.2)
DIARIO PROGRESISTA