DOMINGO, 13 DE OCTUBRE DE 2013
JUAN ANTONIO MOLINA
No es posible una democracia plena sin decencia y una sociedad decente,
como apuntaba Margalit, es aquella en que las instituciones no humillan a los
ciudadanos. De lo contrario el acto político se convierte en una excusa sin
dignidad, en una perversa mentira que es percibida por sus víctimas. Por
decirlo con palabras de Leibniz, como un escenario donde "todo
conspira." Eugenio Montale nos recordaba que la identificación de lo
verdadero era algo distinto de la imitación de lo verdadero.
Imitar la verdad siempre es un
fingimiento que oculta, como en una taxonomía borgiana, lo real. Una simulación
cuya dialéctica acaba siendo el arte del engaño. El desmayo de las ideologías y
el descrédito de la política propiciado por una derecha intransigente han
convertido la vida pública en un aplazamiento permanente de la inteligencia a
favor de la falsedad trufada de autoritarismo y escolástica.
Tocqueville señaló que el poder era la opinión pública y su
conformismo. Esto no es neutro, el poder descansa en la capacidad de
transformar actores en agentes de comunicación sin autonomía interna. El poder
ha sido convertido en una forma incívica de publicidad. Una publicidad sin
ética que impone la resignación ante una irracionalidad tecnocrática que es presentada
como realidad inconcusa al igual que si se tratase de un estado natural. Pero
ya dijo Adorno que ese tipo de naturaleza es estiércol.
Rajoy ha hecho del embeleco una forma antipolítica de gobierno. La
actitud de absoluto desprecio a la ciudadanía del jefe de la derecha con su
autoritaria indiferencia antes las demandas de las mayorías sociales, el
bloqueo parlamentario y la creencia de que no está obligado a dar explicaciones
a la opinión pública como cobertura a una política de empobrecimiento de las
clases populares y hasta de crueldad social sin ningún tipo de escrúpulo, ha
sido una eficaz espoleta de la crisis poliédrica de un régimen fallido que
genera una sociedad de excluidos donde a un insostenible números de ciudadanos
se les niega los recursos para ganarse la vida y otros tienen que sobrevivir
con un trabajo precario y mísero; una estructura del Estado en quiebra cuando
una parte de Cataluña quiere separarse, el vergonzoso espectáculo de la
corrupción que Rajoy no niega ni combate sino que simplemente reduce a que “hay
cosas que no se pueden demostrar” y el desprecio a los movimientos sociales
apelando a una fantasmagórica mayoría silenciosa.
El presidente del Ejecutivo repite el mantra de “vamos mejor” con la
expectativa de la mentira repetida mil veces cuando para la gente cada día
empeoran las cosas. La gran inmoralidad
de volcar sobre los ciudadanos más débiles la carga de una crisis generada por
la rapiña de los poderes fácticos económicos y financieros, es la primera fase
de la aplicación sin miramiento del programa máximo de la derecha consistente
en la demolición del Estado social y de derecho. Un auténtico golpe de mano
contra la ciudadanía a quien se le ocultó arteramente las verdaderas
intenciones de los conservadores. La mayor oposición que tiene hoy Rajoy son
las hemerotecas.
Esta rotura ideológica de la cohesión social, la refundación del Estado
en el desequilibrio de la supervivencia digna de amplias capas de la población
es una acción política de genocidio sociológico que intenta volver a la España
invertebrada de otrora, pensando que, con la excusa de la crisis, la regresión
será irreversible. Hoy más que nunca cristaliza dolorosamente la afirmación de
Henry Louis Mencken cuando advertía que todo hombre decente se avergüenza del
gobierno bajo el que vive.
DIARIO PROGRESISTA