sábado, 20 de abril de 2013

No, no somos lo mismo


JUEVES, 18 DE ABRIL DE 2013

MICAELA NAVARRO 

 La instantánea de un día cualquiera, en cualquier centro de Servicios Sociales Comunitarios, en cualquier localidad de Andalucía, nos muestra a profesionales no dan a basto atendiendo a las personas más vulnerables, luchando contra la desigualdad, la exclusión y el desamparo. Y es que los efectos de esta crisis comienzan a ser devastadores. Desgraciadamente, la brecha entre pobres y ricos es más grande.

Decisiones políticas como la subida del IRPF, la del IVA, los recortes en políticas sociales, el copago de medicamentos, el abaratamiento del despido o la no revalorización de las pensiones por parte del Gobierno de España, unido a las alarmantes cifra de desempleo, dejan tras de sí a una sociedad herida, con mayores cotas de desigualdad y con un Estado del Bienestar en fase de desmontaje. Una realidad que está situando a un gran número de personas al borde de la pobreza, y lo que es peor, están apareciendo múltiples formas de exclusión social.

Cuando intentamos medir la pobreza, lo primero que hemos de decir es que abordamos una tarea compleja, para la que no existe una metodología única. Se trata de cuantificar y caracterizar los hogares pobres y excluidos previa definición de qué hogares deben considerarse como tales. Para posteriormente estratificarlos, según la intensidad de las carencias; obviamente, no es lo mismo carecer de nevera que de agua corriente, o que de un techo donde guarecerse, y sin embargo, los tres son signos de pobreza.

El paso siguiente es determinar los “cómos y los porqués” del inicio y evolución de las diversas tipologías de exclusión social para instrumentar las oportunas políticas de intervención y de prevención. Y estas respuestas son diferentes según el gobierno responsable. Y no todos son iguales ni proponen salidas y actuaciones semejantes. Pero ante todo no debemos olvidar que, detrás de cada cifra, hay personas con rostro, personas con nombres y apellidos, a los que la falta de oportunidades les impide poder disfrutar de los derechos básicos. Y ello crea una sociedad a dos velocidades, donde hay ciudadanía de primera y de segunda, donde corremos el riesgo, si no impedimos este aluvión de recortes, que la caridad se sitúe por encima de los derechos. Y la solución nunca debe ser la caridad, la solución siempre debe ser por justicia.

Según Cáritas, en un informe recientemente elaborado con datos de Instituto Nacional de estadística (INE), casi un tercio de la población andaluza (un 31,69%) vive por debajo del umbral de la pobreza. Y la peor cara de todo ello es la infancia, la más afectada por la virulencia de la crisis, donde más de uno de cada tres niños están en riesgo de pobreza. Y esto es muy grave. No sólo en el presente, sino porque también condiciona el futuro de este país, porque un niño o una niña que se cría en un entorno de pobreza tiene más limitaciones para alcanzar sus metas, sobre todo si aquello que seguimos conociendo como “lo público” dejara de existir. También sabemos que el rendimiento escolar está muy ligado a las características socioeconómicas de los estudiantes y las estudiantes, y si ante ello la respuesta es subir las tasas universitarias o reducir las becas, se están poniendo serias trabas en el camino para apostar por el futuro. Y el futuro pasa por apostar por la educación, la innovación y la investigación. Además hay que hacerlo desde la igualdad de oportunidades, porque no podemos permitirnos prescindir del nuevo talento en función de un simple criterio de renta.

 Hoy hay familias que se ven en una situación que jamás hubieran imaginado. Familias que antes fueron solidarias, a través de sus impuestos, para que otras familias, con más necesidades vivieran mejor. Pero hoy son ellas las que necesitan de esta solidaridad. Y hay que empezar por el empleo, por un gran pacto por el empleo como se ha hecho en Andalucía, apostando por un modelo económico que no se base en la pérdida de derechos laborales.

 Pero, además, se necesitan políticas a corto plazo, de carácter social, traducidas en ayudas para que sus hijos e hijas estudien, para que sean atendidos ante la enfermedad, para poder cuidar a sus mayores…y todo ello en función de lo que necesitan, no de los ingresos. Andalucía ha apostado por ello. El plan Extraordinario de Acción Social, el Plan de Solidaridad Alimentaria o el Decreto-Ley de medidas para asegurar el cumplimiento de la Función Social de la Vivienda, son claros ejemplos de que no es cuestión de cuánto dinero público se tenga, sino de dónde inviertes el dinero que administras. No, no somos lo mismo.

Micaela Navarro es diputada del PSOE-A en el Parlamento Andaluz.

@Micaela_Navarro

DIARIO PROGRESISTA