LUNES, 23 DE SEPTIEMBRE
DE 2013
VÍCTOR ARROGANTE
Oscuras perspectivas de
futuro se presentan para la mayoría de la gente en España. Enfermos y jubilados
en precario, los que no tienen trabajo y los que jamás lo van a tener, quienes
han perdido la casa, no la han tenido nunca o la van a perder desahuciados.
«El ser humano sometido a la necesidad extrema es conducido
hasta el límite de sus recursos, y al infortunio para todos los que transitan
por este camino. Trabajo y salario, comida y cobijo, coraje y voluntad, para
ellos todo está perdido» Los Miserables.
Víctor Hugo
Nuestro director
Antonio Miguel Carmona, se refería a los miserables, como los que provocan la
miseria; yo hoy estoy con los miserables: los desdichados, los infelices,
indigentes sin techo, los que, como consecuencia de las políticas de austeridad
del gobierno ruin, lo han perdido todo.
En una situación de desempleo galopante y de
mayor desigualdad social, que lleva a la miseria cada día a mayor número de
personas, este gobierno de sátrapas, sube impuestos y tasas, baja salarios y
elimina derechos, a la vez que recorta gastos en sanidad, educación, en
desempleo, dependencia y servicios públicos esenciales para la ciudadanía. No
contentos con todo —ya se veía venir la canallada—, recorta 33.000 millones de
euros el capítulo de pensiones —que hará perder hasta el 28% del poder
adquisitivo en los próximos 8 años—. Recorta en todo, menos en la casa real y
defensa, ayudas a la banca y a la iglesia; sus más fervientes valedores,
estamentos que van a lo suyo: poltrona, desfiles, ganar dinero y enmudecer
conciencias
Según Intermón Oxfam, si no cambian de rumbo
las políticas, para el año 2025, habrá veinticinco millones más de europeos
pobres, de los cuales ocho millones seremos españoles, por culpa de la
austeridad. En España más de 23.000 personas están sin hogar (Instituto
Nacional de Estadística, Encuesta de Personas Sin Hogar 2012); cifra que
engaña, porque solo representa a las personas que utilizan los albergues y
servicios públicos de hace un año. Cada vez hay mayor número de españoles, mujeres
y personas mayores en esta situación. La disminución de las prestaciones
sociales y de las cuantías de las pensiones, junto con el cobro, recobro o
repago de servicios públicos, es un grave problema para quien lo soporta,
siendo mayor tragedia para quienes no tienen ningún tipo de recurso. Así están
lo llamados sin techo.
Me he echado a la calle a convivir de cerca
con los que sufren necesidad. Fue un día de primeros de septiembre —con todos
mis respetos y sin voluntad de ofender—, en el que quise sentir en propias
carnes, como sufre un desposeído de casi todo. Sin un duro en el bolsillo, una
carterita al cuello —con el DNI y un número de teléfono de contacto— y la
voluntad de sufrir la indigencia, salí a la calle. Sin serlo, pretendí convivir
con los que han sido avocados a sobrevivir, que es mal vivir y con los que
tienen por vestido una camisa de luna, un cartón por manta y la solidaridad
como un medio de subsistencia.
El número de personas sin hogar en Madrid, ha
crecido un 20% en los últimos dos años (Samur Social). Las principales razones,
por la que más de dos mil personas viven en la calle, es la falta de trabajo o
de dinero, ruptura afectiva, falta de papeles y la droga en último lugar. Más
de la mitad no tienen hogar desde hace más de dos años y muchos son los que
llevan menos de cuatro meses en la calle. Las políticas neoliberales, han
eliminado los pilares del bienestar, hundiendo en la miseria a cada vez mayor
número de personas, la mayoría procedente de la llamada clase media o media
baja. Uno de cada cuatro indigentes tiene estudios superiores. Las entidades
sociales sitúan a más de 11,5 millones de personas en «riesgo» de exclusión
social, cuando ya es exclusión.
Me asenté junto al ya famoso lugar, por el célebre
«relaxing cup of café con leche in
Plaza Mayor», de la alcaldesa Botella. Bajo los soportales, castilletes
de cartones que, por la noche, dan cobijo a medio centenar de personas que
duermen en el céntrico monumento. Recorrí Madrid y comprobé que por la noche,
los lugares habituales donde se resguardan las personas sin techo, son las
salas de urgencias de hospitales, estaciones de tren y aeropuerto. Los
exteriores y bajo la marquesina de la estación de autobuses de Méndez Álvaro se
convierten en un auténtico campo de refugiados. También en los rincones de los
portales, ocultos entre los setos de los jardines, en los cajeros de los bancos
y en los propios bancos callejeros. Madrid, en este ambiente, es una ciudad de
olores infectos, sombras de zombis y toses cavernosas.
Cuando sale el sol por
la Almudena —al cementerio me refiero— y antes de irse por la Almudena —la
catedral—; cuando llega la luz mortecina del despertar, comienza el nuevo día,
tal como ayer, sin esperanza. Cartones amontonados y la manta a buen recaudo,
se pone en movimiento un ejército de carritos y maletas rodadas, en la busca de
la vida. Con el frío de la noche en los huesos, con ojos mortecinos de soledad
o vidriosos de alcohol y lágrimas, caras con el reflejo de la enfermedad social
que padecen y el espíritu mutilado, abandonan escondrijos y madrigueras junto a
Las Ventas, los puentes de la M-30, plazas públicas o los parques solitarios.
Pedir en la puerta de las iglesias se sigue
llevando, pero parece que no es tanta la caridad como la pintan; algunos ocupan
celosos sus puestos en las puertas de los centros comerciales, enseñando el
imperecedero periódico enfundado en plástico, vendiendo pañuelos de papel o
limpiando cristales en los semáforos. La recogida de chatarra es otra
dedicación, como la de músico en la calle, malabarista o estatua de mimo de
imposibles posturas. Gente con la dignidad a ras de suelo, que se ganan la vida
honradamente, buscando alimentos entre la basura. Algunos otros al trapicheo.
Es difícil salir por si solo de este submundo
de miseria y violencia soterrada. Encontrar trabajo y vivienda es una fortuna
imposible de conseguir. Quienes han creado la crisis en su beneficio, han
dejado una situación poco favorable para ellos. Quienes tienen la
responsabilidad pública de «Garantizar la convivencia democrática dentro de la
Constitución y de las leyes conforme a un orden económico y social justo», han
vuelto la espalda a esta tarea. Viéndolo, sufro un dolor intenso en mi pecho;
sintiéndolo, se me cae la cara de vergüenza, por formar parte de una sociedad
que ha llevado a las personas a vivir esta situación. Mañana puedo ser yo; o
cualquiera de vosotros.
@caval100
DIARIO PROGRESISTA