La obra 'Cómo gobernar
un país', de Philip Freeman, recupera en una breve antología el pensamiento
político del cónsul de Roma
ALEJANDRO TORRÚS Madrid 07/09/2013 08:00
Actualizado: 07/09/2013 08:50
Detalle de la portada
de 'Cómo gobernar un país'.
Cuando Cicerón fue
nombrado cónsul de Roma el gobierno constitucional de la República se estaba
desmoronando. Las facciones políticas del momento se negaban a escucharse, la
economía estaba estancada y el desempleo se había erigido como la principal
amenaza para la estabilidad ciudadana. Cicerón, un conservador moderado, llegó
al poder con la esperanza de recuperar el pasado glorioso. La realidad del
poder, sin embargo, se lo impidió.
Apenas tres años
después de su ascenso a lo más alto de la República, los que hasta el momento
habían sido sus aliados le pararon los pies. Pompeyo, Craso y Julio César
formaron un triunvirato con el que gobernar la República entre bastidores. Lo
invitaron a unirse a ellos, pero Cicerón no quiso relación alguna con la autoridad
ilegítima. Años más tarde Cicerón sería ejecutado. Antes, tuvo suficiente
tiempo para escribir numerosos ensayos, tratados y cartas en los que ponía
reglas, aconsejaba y delimitaba, siempre a partir de su propia experiencia,
sobre cómo debe funcionar un buen gobierno.
Ahora, Philip Freeman,
especialista en lenguas clásicas, recupera en una breve antología el
pensamiento político del cónsul de Roma en la obra Cómo gobernar un país
(Crítica) que bien constituye, como reza su subtítulo, una guía antigua para
políticos modernos. Una guía que diecinueve siglos después sigue de plena
actualidad. Estos son diez los consejos que Cicerón lanzaría hoy día a Mariano
Rajoy.
1. La corrupción
destruye a la nación
El consejo no podía ser
más apropiado para el tiempo actual. Para Cicerón, la corrupción se había
convertido en un verdadero cáncer que devoraba el corazón del Estado. Para la
historia quedará el discurso de Cicerón en el juicio contra Gayo Verres,
antiguo gobernador de la isla de Sicilia cuya forma de gobierno se convirtió en
paradigma del político depravado. En sus palabras, Cicerón demostró no sólo una
lucha férrea contra la corrupción sino que prometió enfrentarse a todos
aquellos que se atrevieran a defender al corrupto.
2. La inmigración
fortalece a un país
Cuando se cumple un año
de la expulsión del Sistema Nacional de Salud de cerca de un millón de
inmigrantes irregulares, los consejos de Cicerón se hacen más valiosos que
nunca. Roma pasó de ser un pueblecito a un imperio poderoso gracias a su política
de acogida de nuevos ciudadanos a medida que se extendía por el Mediterráneo.
Hasta los esclavos podían llegar a ser integrantes plenos de la sociedad y
tener derecho a voto. Los ciudadanos nuevos aportan, a su juicio, nueva energía
e ideas a las nación.
3. Jamás hay que
empezar una guerra injusta
Esta máxima de Cicerón
cobra especial importancia el fin de semana en el que se ha conocido el apoyo
del Gobierno de Mariano a Estados Unidos en su intención de atacar Siria.
"¿Cómo os sentís vosotros sabiendo que una sola orden ha bastado para
causar en un día la matanza de miles de ciudadanos romanos? (...) Para que un
conflicto sea justo es preciso anunciarlo y declararlo, y que tenga por fin la
restitución del bien perdido", escribe. En este caso, parece cuanto menos
dudoso, que el objetivo último de Estados Unidos en Siria sea restituir el bien
perdido.
4. La inteligencia no
es mala
Para Cicerón los
dirigentes de una nación deben ser los más perspicaces del país. Si los
dirigentes no poseen un conocimiento meticuloso de aquello de lo que hablan,
sus discursos no serán más que una mera cháchara de palabras vanas y sus actos
estarán mal informados hasta extremos peligrosos. "Para elaborar un
discurso no importa sólo la elección de las palabras, sino también su correcta
disposición (...) la agudeza, el humor, la erudición propios de un hombre
libre, así como la rapidez y la brevedad a la hora de responder o atacar, que
siempre irán ligadas a un encanto sutil y a un claro refinamiento".
5. El gobernante debe
poseer una integridad excepcional
Sobre este aspecto,
Cicerón destacaba que el buen gobernante debe "destacar por su coraje,
aptitud y su resolución". "En nuestra nutrida ciudadanía son multitud
quienes aspiran a la revolución y a la caída del Estado por tener el castigo
que se merecen las faltas que saben haber cometido", escribe. En su
opinión presidir un país es como gobernar una nave, sobre todo cuando empiezan
a soplar vientos de tempestad: si el capitán no es capaz de mantener un rumbo
constante, la travesía se resolverá en desastre para cuantos viajan a bordo.
6. No hay que subir los
impuestos
Salvo que sea
excepcionalmente necesario. El propósito principal de un gobierno consiste en
garantizar a los individuos la conservación de lo que les pertenece y no la
redistribución de la riqueza. Pero también condena la concentración en manos de
una minoría selecta. "Quien gobierne una nación debe encargarse de que
cada uno conserve lo que es suyo y de que no disminuyan por obra del Estado los
bienes de ningún ciudadano", señala.
7. La negociación es
necesaria
En una época en la que
el Partido Popular aplica su mayoría parlamentaria como un rodillo para negarse
a negociar las leyes que regirán el destino del país conviene recordar
vehementemente este consejo de Cicerón. En su opinión, la adopción de posturas
inflexibles es una irresponsabilidad. Negarse siempre a transigir no significa
fortaleza sino debilidad. "Cuando hay un grupo de personas que gobierna
una república por el hecho de tener riquezas, abolengo o cualquier otra
ventaja, cabe considerarlo una facción, aunque ellos se quieran llamar
próceres", dice.
8. Tener a los enemigos
cerca
Escribe Cicerón que los
dirigentes fracasan cuando subestiman a sus amigos y aliados. Por ello,
recomienda al buen gobernante asegurarse de saber qué está haciendo el
adversario. En su opinión, el orgullo y la terquedad no son lujos que el buen
gobernante se pueda permitir. No es un mal consejo para aplicar en el caso
Bárcenas.
9. El equilibrio de
poderes
Un gobierno justo debe
fundarse en un sistema de supervisión y equilibrio. Señala que hay recelar del
dirigente que elude las leyes constitucionales so pretexto de la necesidad de
conveniencia o seguridad. En este sentido aporta que hasta los monarcas más
nobles se trocarán en tiranos si nada restringe su reinado. Cicerón advierte
que no es difícil que de la virtud nazca el vicio y que "el rey degenere
en déspota, la aristocracia, en facción, y la democracia, en turba y
rebelión".
10. Leyes universales
que gobiernan la conducta de los asuntos humanos
Cicerón creía en la
existencia de leyes divinas, no sujetas al tiempo ni el espacio, que garantizan
las libertades fundamentales de todos los seres y constriñen la conducta de los
gobiernos. "La verdadera ley constituye, en efecto, una norma recta y
congruente con la naturaleza, aplicable a todos, inmutable y perdurable, que
nos lleva a cumplir nuestro deber con sus dictados y con sus prohibiciones nos
aparta del mal".
Público.es