A los periodistas que han perdido su
vida en el cumplimiento de su deber
Víctor Corcoba Herrero
Hay fechas que no
pueden pasar desapercibidas para los demócratas. El 3 de mayo es una
oportunidad para la reflexión, para celebrar la libertad de los medios de
comunicación, que son los que verdaderamente ayudan a transformar el mundo, y
para evocar a los que han perdido sus vidas en el cumplimiento de informar. En
un mundo cada día más global y pluralista y, por otra parte, también más
convulso e inquieto, hacer realidad la libertad de expresión, sin duda uno de
nuestros más valiosos derechos humanos, no es nada fácil. A veces se corren grandes riesgos, que acaban
con la muerte del mensajero. El año pasado, la UNESCO, condenó el asesinato de
casi un centenar de cultivadores de la libertad, que murieron ejerciendo como
tales. Estas mujeres y hombres no deben ser olvidados y esos crímenes tampoco
han de quedar impunes. Su patria ha sido la libertad y ha de hacerse justicia
en su nombre, para que este tipo de hechos no se repitan en el futuro.
Ciertamente, tenemos que recordarles por
siempre, porque realmente ellos han sido los verdaderos activistas del
pensamiento libre, los predicadores de la palabra neutral e independiente, han
soñado con otro mundo posible y se han dejado la vida en ello. Unos han intentado radiografiarnos la
reconstrucción de países en conflicto, otros nos han acercado las miserias que
dejan las guerras y lo difícil que es para algunas gentes ser dueños de su
propia vida. Unos y otros, al unísono, han pedido un respeto tolerante hacia
cualquier otra opinión ciudadana. Son los grandes promotores de la libertad de
prensa en el mundo, han muerto por la rebeldía y han de vivir por esa voluntad
buscada y por la que han pagado un alto precio. Con su heroicidad han
bordado en la bandera de la democracia, las letras más sublimes, el amor más
grande, la pasión liberadora de ciudadanos oprimidos ó de aquellos que no
tienen voz. Aún todavía muchos grupos Étnicos y
religiosos minoritarios se les impide utilizar los medios de comunicación para
dar luz a sus opiniones o expresar su identidad cultural.
La sangre de los
periodistas asesinados, a causa de su combate por la libertad de expresión, es
nuestra propia sangre. Lucharon con coraje, por hacer valer lo que imprime y
declara el articulo diecinueve de la Declaración Universal de Derechos Humanos:
"Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión;
este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de
investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin
limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión".
Evidentemente, esta facultad a poder expresarse libremente, en ocasiones,
también consiste en decir lo que la gente no quiere oír.
El hecho de no casarse con nadie, únicamente con la libertad, origina
un hervidero de obstáculos, de intimidaciones y agresiones de todo tipo. Con
este recrudecimiento de la violencia contra los periodistas, sobre todo en
países con gobiernos oscuros o con gobiernos que se rinden a mafias del
narcotráfico, lo que nos descubre es la importancia que tienen los medios de
comunicación para el esclarecimiento. Desde luego, el derecho a saber la verdad
es esencial para construir (o reconstruir) pueblos y ciudades, para fomentar la
transparencia, para avivar el desarrollo y la justicia. Sin duda, la deuda es
grande para con los periodistas valientes, muchos han podido destapar el
historial de injusticias y discriminaciones que buena parte de la humanidad
sufre y otros, para desgracia nuestra, se han quedado en el camino soñando con
el desahogo.
De nada sirve diseñar
planes de inversión para salir de la crisis, sino se habla claro y hondo, sin
hipocresía, sobre la situación del mundo. Hoy más que nunca debemos apreciar la
autonomía para conseguir el verdadero cambio, no podemos renunciar por más
palos que nos den, a nuestra calidad de seres humanos libres, porque la
libertad no debe ser privilegio de algunos, es un derecho de todos y hay que
llevarla más allá de los sueños, a la cotidianidad de la vida diaria. Cada vez
que se asesina a un periodista se está atacando contra el derecho fundamental a
la libertad de expresión, ambiente que contradice el debate libre e
independiente, porque lo primero que hay que exigir es poder trabajar en
condiciones de seguridad. Por esa inseguridad en la que trabajan cientos de
comunicadores, debemos forjar cuanto antes una cultura de apoyo y auxilio a los
diversos órganos de comunicación. Su seguridad, es nuestra libertad, para saber
lo que queremos saber.
Los hombres y mujeres
que tienen la misión de trasladarnos la información veraz, no pueden tener
temores para actuar libremente, pues la verdad solo es accesible desde la
libertad. La lección que hoy nos trasladan esos periodistas o reporteros
muertos al mundo, es la humanización sin barreras, el activo de una cultura de
librepensador, donde cada cual pueda expresarse, no para difundir odio e
incitar a la violencia, sino para injertar propuestas de diálogo, desde unos
medios de comunicación fuertes, libres y pluralistas. Además, con la muerte de
estos periodistas deberíamos aprender, que gracias a ellos la democracia se ha
fortalecido en muchos países. Por ellos, y por nosotros, dejar que circulen las
ideas. Aún hoy, en muchas partes del planeta, este derecho es frágil y nunca
puede darse por sentado. En cualquier parte del mundo, mal que nos pese, se ve
amenazado el derecho y el que ejerce el derecho, por intereses políticos,
económicos, financieros, militares... Y es que la libertad, tantas veces se ha
convertido en una burla, en este caso con el precio de la muerte a periodistas,
que ha llegado el momento de decir basta y de poner firmeza ante el aluvión de
crueldades.
BALCON DE INFANTES