En realidad el Consenso de
Washington fue formulado originalmente por John Williamson en un documento en
noviembre de 1989 ("What Washington Means by Policy Reform", que
puede traducirse como "Lo que quiere decir Washington con reformar
orientaciones políticas" o "Lo que desde Washington se entiende como
reforma de las orientaciones políticas"). Fue elaborado también en un
documento como trabajo para una conferencia organizada por el "Institute
for International Economics", al que pertenece John Williamson.[cita
requerida]
El propio Williamson cuenta que en ese histórico borrador incluyó
"una lista de diez políticas que personalmente pensaba eran más o menos
aceptadas por todo el mundo en Washington". Originalmente, ese paquete de
medidas económicas estaba pensado para los países de América Latina, pero con
los años se convirtió en un programa general. Las siguientes políticas
económicas son a continuación:
1.Disciplina presupuestaria (los presupuestos
públicos no pueden tener déficit)
2.Reordenamiento de las prioridades del gasto
público de áreas como subsidios (especialmente subsidios indiscriminados) hacia
sectores que favorezcan el crecimiento, y servicios para los pobres, como
educación, salud pública, investigación e infraestructuras.
3.Reforma Impositiva (buscar bases imponibles
amplias y tipos marginales moderados)
4.Liberalización financiera, especialmente de
los tipos de interés
5.Un tipo de cambio de la moneda competitivo
6.Liberalización del comercio internacional
(trade liberalization) (disminución de barreras aduaneras)
7.Eliminación de las barreras a las
inversiones extranjeras directas
8.Privatización (venta de las empresas
públicas y de los monopolios estatales)
9.Desregulación de los mercados
10.Protección de la propiedad privada.
Hay que puntualizar que por "más o menos", Williamson
entendía el complejo político-económico-intelectual que tiene sede en Washington
D. C.: los organismos financieros internacionales (Fondo Monetario
Internacional, Banco Mundial), el Congreso de los EEUU, la Reserva Federal, los
altos cargos de la Administración, y los institutos con destacados expertos
(think tanks) económicos. Aunque Williamson subrayó que debe aplicarse con
criterio, la lista pronto se convirtió en lo que más o menos pensaban los
economistas sobre lo requerido para el progreso de todos los países en vías de
desarrollo. Sin embargo, los ciclos de auge y apogeo no terminaron y se
expandieron de América Latina a otros países, y también hubo pérdida del
producto que duró más o menos una década para que las economías regresasen al
nivel anterior a la transición. Y por cierto, también hubo una serie de crisis
financieras a nivel más o menos generalizado.
El consenso sin duda no logró los resultados esperados. Se llegó a
demostrar que el crecimiento efectivamente está ligado al comercio, pero que se
debían dar incentivos para dicho comercio; además, la liberalización del
comercio a veces deterioraba esos incentivos (apreciación cambiaria, por
ejemplo). Mientras fue posible, se logró el crecimiento a través del comercio
con incentivos tales como la reducción de los derechos a las exportaciones, un
tipo de cambio más competitivo, la liberalización de las exportaciones antes
que las importaciones (industrialización sustitutiva de importaciones), el
mejoramiento de la infraestructura para el comercio exterior, y la creación de
zonas francas.
Otra dificultad identificada, fue
que las estrategias se centraron más en la eficiencia que en ampliar la
productividad y por ende el crecimiento, por lo que estas reformas
verdaderamente no inducían el crecimiento.
Además, si bien estas recomendaciones de política económica se planearon
para crecimiento sostenido, no se resolvieron satisfactoriamente los fallos
públicos y del mercado, que impiden acumular capital y aumentar la
productividad.
Esa breve lista tomó autonomía y se constituyó en lo que más tarde se
denominaría «neoliberalismo», especialmente por parte de sus críticos.
Con posterioridad, la "lista" inicial fue completada,
ampliada, explicada, y corregida. Así y en distintos foros, se ha oído hablar
del "Consenso de Washington II", y del "Consenso de Washington
III".1
Críticas al consenso de
Washington
Asimismo el Consenso de
Washington ha recibido gran cantidad de críticas. Quizás las más importantes
sean las que le formulara Joseph Stiglitz, Premio Nobel de Economía 2001 y ex
vicepresidente del Banco Mundial. Críticos de la liberalización como Noam Chomsky
o Naomi Klein,4 ven en el Consenso de Washington un medio para abrir el mercado
laboral de las economías del mundo subdesarrollado a la explotación por parte
de compañías del primer mundo.
Otras críticas provienen desde la antiglobalización hasta del mismo
liberalismo económico junto con algunas de sus corrientes: la escuela clásica y
la escuela austríaca. Ellos argumentan además que los países del primer mundo
imponen las políticas del Consenso de Washington sobre los países de economías
débiles, mediante una serie de organizaciones burocráticas supraestatales como
el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, además de ejercer presión
política y extorsión. Se argumenta además, de forma muy generalizada, que el
Consenso de Washington no ha producido ninguna expansión económica
significativa en Latinoamérica, y sí en cambio algunas crisis económicas
severas, y la acumulación de deuda externa que mantiene a estos países anclados
al mundo subdesarrollado.
A su vez, sus políticas
educativas, si bien en buena medida acatadas en Latinoamérica (especialmente en
países como Chile y Argentina) donde tenían considerable buena prensa, ha sido
criticada desde dentro de estas mismas sociedades, en trabajos como el de José
Luis Coraggio La educación según el banco mundial, que ponía en entredicho el
modelo educativo neoliberal y las posibles consecuencias de su implementación,
consecuencias que luego se ha visto como ciertas, y que en buena medida
explotaron en la Crisis Educativa en Chile del 2011.5
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