JUEVES, 24 DE ENERO DE 2013
ANTONIO MIGUEL CARMONA
Me preguntan a menudo por qué me dedico a la política. En la
universidad, en los medios o, incluso, los amigos, me recuerdan las
posibilidades que ofrece una vida distinta. Trataré de explicarlo.
Cuando Mario entra en el colegio se le olvida la
preocupación de ver a sus padres tan serios. Es el momento en el que, sin que
Mario se dé cuenta, su padre vuelve a casa aprovechando que su hijo ya no está.
Mario no sabe que a su padre le da vergüenza reconocerle que
ya no trabaja en la fábrica, que le han despedido porque consideran que las
cuentas salen redondas pagándole tan solo veinte días por año trabajado y que,
cada mañana, por ese motivo, se pone el despertador para salir antes de casa y
evitar a su hijo.
Aquella indemnización la administra la madre de Mario quien
ha vuelto a la oficina de empleo arrepentida de haber dejado su puesto de
cajera el día en el que nació Mario. Ahora ella mira la cuenta del banco al que
no paran de llegar facturas cuando ya, tras tantos meses, no hay nada.
Mario corretea por el patio del colegio alegre de que aún la
dirección no haya encontrado el profesor de una asignatura cuyo interino había
sido despedido por los recortes. A veces Mario mira más allá de la verja y se
promete a sí mismo estudiar para poder ser como su padre.
Ese día el padre de Mario se puso el mono azul, ese que no
utilizaba desde hacía meses, y fue al colegio a buscar a Mario. La ilusión de
Mario al ver a su padre, recién salido del trabajo, no puede describirse en
estos párrafos.
Al llegar a casa se encontró a su abuelita con un montón de
bolsas, único alimento que tendría esa familia fruto de una pensión menguante
pero aún suficiente para dar de comer a todos. Eso no lo sabía Mario porque pensaba
que su abuela era simplemente así.
Aquel día, precisamente, la abuela le preguntó a Mario si le
gustaría que se fuesen a vivir a su casa. “Al abuelo le encantará que estés con
él”, le dijo tratando de convencerle. A Mario se le abrió una sonrisa confiando
tener siempre a mano aquellos caramelos con sabor a chocolate.
Tenían que abandonar la casa pues, tras tantos impagos, los
intereses multiplicados habían llevado la deuda a un imposible. Pero eso, aquel
único nieto, no lo sabía.
Mario no pudo seguir atento a los susurros de sus padres
mientras trataba de evitar dormirse. Ellos, abrazados, miraban la televisión
con insomnio y soñaban con un futuro para Mario.
Éste es el motivo por el que me dedico a la política, más
allá de las luces deslumbrantes de los focos y el calor de los aplausos, de la
relevancia o de la trascendencia, de las alegrías o de los sinsabores.
Cuando salgan a la calle y vean a cualquier niño pasar,
créanme, ése es precisamente Mario. Tras un balón que vuela o un sueño que se
desvanece, pensando en ser el día de mañana tan importante, tan fuerte y tan
bueno como su papá. @AntonioMiguelC
DIARIO PROGRESISTA