SÁBADO, 1 DE JUNIO DE 2013
ANTONIO MIGUEL CARMONA
En política, me dijo Alfonso Guerra, abundan los que tienen
convicciones pero no tienen oficio y los que teniendo oficio apenas tienen
convicciones. Estos últimos se caracterizan por ser auténticos profesionales
del arte de trepar y colocarse siempre en el lugar adecuado para los intereses
propios.
Estos, los notables en oficio y suspenso en convicción, tienen el
talento, hay que reconocérselo, de dirigirse a los demás como si la ciencia
infusa de la política les saliera por los poros. Sin embargo, su discurso es
tan hueco como vacía la oquedad de su cabeza.
Son, como decía otro amigo mío, el aparatillo. Una suerte de expertos
en el enredo y el pacto, en la cooptación y la trampa, que hacen de la política
un ingenioso arte de la impostura.
Mudos en los parlamentos, parecen los más comprometidos en el purismo ideológico
con capacidad para elegir a aquellos que le eligen. Una especie de expertos en
acuerdos de sostenibilidad del propio cargo.
Sí, el aparatillo, el que más se opone a la transparencia y a mostrar
sus vergüenzas en urnas abiertas. A veces tienen los intestinos en el cerebro y
da igual su ideología porque, como he dicho, tienen un serio déficit de
convicciones.
Pernoctan en todos los partidos. Reducen el universo a cuatro paredes y
el pensamiento a un lugar desconocido. Da igual de un color u otro. Por eso son
como el estafilococo incrustado en cualquier organismo del que viven.
No me refiero, por cierto, al aparato orgánico tan necesario en todas
las organizaciones. Es otra cosa, es… el aparatillo. Aficionados al estilete y
a la faca, capaces de sobrevivir a cualquier cambio o tempestad, y, cuando la
mar es calma, a vivir muy bien de múltiples rentas para toda la familia.
De aparatillo se puede llegar muy lejos. No presumirán de currículo,
pero sí de conocer muy bien de qué pie cojea cada uno. Ya lo decía uno de los
más sabios, Alfonso Guerra: abundan aquellos que tienen oficio pero no tienen
convicción alguna.
@AntonioMiguelC