domingo, 16 de junio de 2013

Pesadilla en la cocina de la política


16 jun 2013

Arturo González

¿Qué tendría que pasar en España para que los ciudadanos se rebelen seria y colectivamente? Se ha dicho ‘perder el miedo’, que ‘el miedo cambie de bando’, y que ‘la mecha prenda en las redes sociales’. Pero no se ha dicho que el hombre, y la mujer, son animales desfallecientes, y por tanto sujetos a la resignación. Lo cual invalida toda posibilidad de rebelión. Nos acomodamos en la progresiva miseria, que, por otra parte, los causantes bien se ocupan de graduar. Nos hemos habituado a ser más pobres cuando mordimos el anzuelo de que la catástrofe era inminente y solo esta regresión nos podía salvar, afirmación en cualquier caso dudosa, indemostrada y amenazadora. Estamos a punto de salvar los muebles, nos explican, cuando ya casi no nos quedan muebles, hemos evitado que el empobrecimiento se acentúe. Ésa ha sido la disculpa para que no se produzca lo temido y conocido como ‘estallido social’.

La política es un restaurante sucio y sin ninguna estrella, y la economía es su master-chef. La carta solo se compone del plato del día, que es de la tristeza social. Bien es cierto que los corruptos disponen de su comedor reservado, pero ya existen franquicias en los comedores de caridad. Rajoy es el Chicote de la política. Ande yo caliente y proteste la gente, se expresan en el PP, que ya vendrán los antidisturbios si los comensales intentaran rebelarse, para algo somos la ley y el orden, que once millones de pulcros ciudadanos nos confirieron.

Seguimos debiendo el billón de euros, con el que se comprarían todos los restaurantes de lujo del mundo, y nos vienen con la monserga de que ya se ve la luz del final del camino. Pero nuestro cabreo es sordo, y no podemos sino claudicar. Los restaurantillos de al lado son un desastre y los clientes se pelean entre ellos. Restaurante PSOE, Restaurante IU, Restaurante UPyD (Gerente Toni Cantó), Restaurante Abstención, Restaurante La Casa del Anarquista, Restaurante Marxistas Arrecojíos en su beaterio, están vacíos o no los ha visitado Chicote. Solo se oyen tambores, trompetillas de plástico y ollas golpeadas por ahorradores civilizadamente iracundos, pegatinas de solidarios desahuciados, batas blancas silenciosas, médicos jubilados a contrapié, universitarios cabreados negadores de saludos, científicos que se quejan en la calle, maestros apartados y humillados, todo un rosario de una aurora que no llega.

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