viernes, 5 de julio de 2013

Los juicios de Nuremberg y las preferentes


 VIERNES, 5 DE JULIO DE 2013

JOSÉ LUIS ALMUNIA 

El número IV de los Principios de Núremberg que determina las responsabilidades frente a los crímenes de guerra, dice: El hecho de que una persona actúe bajo las órdenes de su Gobierno o de un superior no le exime de la responsabilidad bajo las leyes internacionales, siempre que se demuestre que tenía posibilidad de actuar de otra forma.

Salvando distancias casi siderales, cuando se habla de la venta masiva a particulares de acciones preferentes de entidades bancarias, me acuerdo de ese artículo tan importante del derecho internacional.

 Este recuerdo surgió cuando una mañana un grupo de ancianos hablaban de las famosas preferentes. Estábamos desayunando en el pueblo idílico en el que vivo, un municipio sin deudas, donde los proveedores y el personal cobran, maravillosamente regido por políticos honestos y trabajadores, transformado de un poblacho en blanco y negro en una estampa preciosa de luz y color, extraña isla dentro del país al que llegó también el fenómeno de vender acciones preferenciales a una serie de personas que no sabían ni siquiera que significaba eso. (Una acción preferente es aquella que cobra antes que ninguna otra pero que no tiene derecho a voto en las asambleas de la sociedad; aunque no entraré en tecnicismos.) Recuerdo perfectamente lo que dijo uno de aquellos hombres maduros: El problema es que nos lo vendió Alejandro, el hijo de Manolo, ¿quién iba a desconfiar en este pueblo del hijo de Manolo? El tal Alejandro les había dicho a aquellos jubilados que las preferentes eran un negocio fetén, que no había riesgos, que compraran, aunque fueran mil euros… en fin, lo que todos sabemos.

 Nadie duda que las entidades financieras españolas, digan lo que digan los expertos e incluso el sistema judicial, han cometido una monumental estafa. En lugar de ir al mercado de capitales a buscar recursos financieros para sus imposibles operaciones inmobiliarias y de otras clases, se fueron a buscarlos en las cuentas que los pequeños ahorradores –y no ahorradores sino simplemente que tenían algo de dinero para ir tirando− tenían en sus sucursales. Era muchísimo más fácil, porque si hubieran puesto a la venta esos títulos en las bolsas internacionales, los expertos en inversión bursátil no hubieran comprado las estampitas de aquel timo. Es obvio que como no eran capaces de estafar a los tiburones financieros, optaron por despojar de sus dineros a los incautos e incultos económicamente hablando clientes de sus entidades. Para más inri cuando el pastel estalló, vino aquello del arbitraje y las quitas, lo que viene a significar que legalmente se han quedado con un sustancioso bocado de las supuestas inversiones que hicieron sus clientes. Así, por las buenas. Te estafo. Se descubre. Bueno te estafé cien, pero te devuelvo sesenta y aquí paz y en el cielo gloria. Ah, y sigue siendo cliente de mi banco, de mi caja, que como bien sabes, para nosotros el cliente es lo primero. ¡Nauseabundo!

Por supuesto la cúpula de esas organizaciones son las últimas y esencialmente responsables de la enorme estafa. No se trata de un cajero que nos ha hecho un pequeño truco y se ha quedado con un billete de veinte euros, sino de una estafa perfectamente diseñada y organizada, con su estrategia, su táctica e incluso su plan de emergencia por si la cosa salía mal. Esto último se ha demostrado analizando los papeles que se firmaron, sin leer −¿quién se lee esa novela con letra tan minúscula?−, por los supuesto inversores. En esos documentos se preveía que la estafa podría llegar a descubrirse y se definían todas las salvaguardas legales para que no le pasara nada al estafador. Eso no lo urde un empleado ni un director de sucursal, claro. Pero la pregunta que surge es: ¿no tienen responsabilidad alguna esos empleados, esas personas que estaban en contacto directo con los clientes y que fueron quienes vendieron las preferentes y no con poco entusiasmo? No me olvidaré nunca de la presión que vivimos mi mujer y yo por parte de una joven muy peripuesta para que compráramos preferentes de la caja de ahorros donde teníamos un escaso peculio que con la crisis se ha evaporado; aunque, claro está, nos ha sido muchísimo más útil que si lo hubiéramos invertido en aquel papel mojado que nos ofrecían. Me tuve que poner serio y decirle a aquella empleada, seguro que con un máster y todo a cuestas, que cuando ella estaba todavía en los genes de sus progenitores, yo tenía los genes negros ya del humo de cien mil batallas financieras. No me entendió, pero no compramos acciones preferentes.

 ¿Es que el hijo de Manolo, el que utilizó su prestigio en mi pueblo para vender papel mojado a personas honestas y sufridas, no tiene responsabilidad alguna? ¿Es que todo se puede justificar por la “obediencia debida”? El principio jurídico que he insertado al principio de este artículo dice que de eso nada y que si se pudo hacer de otra manera, el que lo ha hecho es responsable de su acción. Pero, ¿se pudo hacer de otra manera? Todo empleado sabe que todo se puede hacer de otra manera. La lista de cosas que se ordenan y que no se hacen, en toda empresa, es interminable. ¿Se les ofreció a los empleados –cosa que no he podido averiguar− algún tipo de incentivo, comisión o bonificación por estafar a los clientes; me niego a llamar la operación de otra forma? Si fue así y los empleados entraron al trapo, tienen su responsabilidad. Y una pregunta interesante: ¿cuántos empleados compraron acciones preferentes de sus bancos y cajas? Por lo que sabemos nadie o casi nadie. No, tan inocentes no eran. Salvando grandes diferencias, eran tan culpables como los procesados en Núremberg. Pero no les pasará nada ni a los altos ni a los bajos responsables de la monumental estafa. Este país es así.

DIARIO PROGRESISTA