MIÉRCOLES, 3 DE JULIO DE 2013
GUSTAVO VIDAL
Marco Tulio Cicerón, en Las
Leyes, refiere: ¿Qué diremos cuando en los pueblos son decretadas muchas cosas
perniciosamente, muchas pestíferamente, las cuales no merecen más el nombre de
ley que si unos ladrones sancionaren algunas cosas con su consenso?
Sin duda aquel jurista y orador
inolvidable encontraría material para muchos tomos en la actual España.
Pintorescamente, en un arranque, que solo puede diagnosticarse como
alucinógeno, algunos han pretendido ensalzar a España como una marca.
Pero, hoy, este país chapotea en la inmoralidad, la chapuza y la
corrupción. Eso no implica que, a base de fracasos y traumas, el tejido social
pueda limpiarse. Pero, particularmente, vislumbro lejana esa limpieza.
La podredumbre y la nefasta ley del mínimo esfuerzo se apoderan de la
mayoría. No es necesario señalar a los banqueros y grandes empresarios,
emblemas de lo podrido. Basta con hacerse pasar por extranjero y tomar un taxi.
Basta con encargar una obra a un mecánico, pintor, fontanero… y escuchar
aquello de “¿con IVA o sin IVA? Basta con adquirir una vivienda y oír: “¿cuánto
en B?”…
Por su parte, quienes se forraron al albur de la burbuja inmobiliaria
propiciada por el sobrero de las Azores, arremeten contra los “privilegios de
los funcionarios”, olvidando que durante años muchos paletos de la construcción duplicaban, triplicaban o
centuplicaban los ingresos de un juez o un inspector de Hacienda.
Por no hablar de ese 75% de empresarios (es un decir) que declaran
menos ingresos que sus empleados. Sí, esos “indómitos” emprendedores que se
declaran mileuristas y eluden sus responsabilidades tributarias.
El fraude fiscal, que alcanza la
escandalosa cifra de 90.000 millones de euros al año, la mayor parte perpetrado
por grandes empresas y fortunas, es otra muestra de un país enfermo, enfermo
moralmente, debe aclararse.
Sin duda Valle-Inclán no habría encontrado una España mejor para sus
geniales esperpentos: un presidente de la CEOE que predica (a los demás,
obviamente) el “trabajar más y ganar menos” tras lo cual pasa a la condición de
inquilino forzoso en la prisión de Soto del Real.
Allí pasea su deleznable
sombra (no sabemos por cuanto tiempo) el inefable Bárcenas quien,
siguiendo la tradición de los tesoreros
del Partido Impopular (perdón, Popular), se encuentra inmerso en diversos
delitos. Económicos, evidentemente.
Precedido por Miguel Blesa,
“amigüito” del sobrero de las Azores, enchufado como director de un colosal
grupo financiero. Con una particularidad: carecer de repajolera idea sobre el
funcionamiento más básico de esas entidades. Lo cual no ha impedido el socavón
de docenas de miles de millones de euros en aquella Caja que, huelga decirlo,
pagamos los demás a base de sacrificios, sufriendo el saqueo por los robos que
han perpetrados otros.
En esta opereta campan otros personajes no menos prescindibles: un
ministro de Injusticia, empeñado en criminalizar a golpe de Código Penal las
protestas que no resultan de su agrado, delegadas del Gobierno imponiendo
multas ilegales, ministros que confiesan entre risas haber “forzado la ley”.
Otros, como Wert, son abucheados allá donde vayan. ¡Santa paciencia la
de los ciudadanos que se limitan a gritar! Abochorna que alguien, en pleno
siglo XXI, se empeñe en degradar la educación convirtiéndola en una poderosa
máquina de generar desigualdad y perpetuar privilegios de adinerados.
Y podríamos hablar de una alcaldesa que no sabe hablar en público, una
condesa empeñada en enriquecer a sus amigos, una “bienpagá” cuyo marido
acrecenta su fortuna al socaire de las privatizaciones, una descomunal pléyade
de políticos con escasa formación pero de ambición desmedida, ubicados en
puestos para los que carecen de talento… pero, sobre todo, sobre todo, el gran
mal de España lo constituye hoy la inmoralidad que pudre hasta el último
pliegue, la carencia de valores, la ausencia de principios. O , como diría el
gran Pitágoras, la ausencia y desprecio hacia la virtud.
Nada nos librará de la
“suramericanización” si no afrontamos una catarsis nacional que nos
transforme. Pero no hay síntoma que presagie esta limpieza… bienvenidos a
España, monarquía ladrillera.
DIARIO PROGRESISTA