30 jun 2013
Augusto Klappenbach
Escritor y filósofo
Permítaseme hablar de economía sin tener idea de esta disciplina. A fin
de cuentas, la reciente historia parece confirmar que en esta ignorancia uno no
está solo sino felizmente acompañado por muchos políticos y economistas
ilustres. Mi atenuante consiste en que me limitaré a plantear preguntas sobre
los bancos, sin aventurarme a proponer respuestas. Eso sí, he de
confesarlo, con malas intenciones.
¿Por qué razón el Banco
Central Europeo presta dinero a los bancos privados a un interés del 1% para
que estos bancos vuelvan a prestarlo a los Estados a un interés de 5, 6 ó 7%?
¿El dinero del Banco Central Europeo no es acaso dinero público, es decir,
nuestro? ¿Y en ese caso tiene sentido que nos lo prestemos a nosotros mismos
dejándole el beneficio a los bancos privados? ¿No desmiente este hecho la
repetida afirmación de que no se ha regalado dinero público a esos bancos?
¿Cuál es la razón por la cual no existe una banca pública que cumpla esa
función? ¿Las nacionalizaciones parciales que se han hecho de bancos y cajas en
quiebra serán definitivas o se volverán a privatizar una vez saneadas? ¿Un
banco público sería necesariamente menos eficiente que uno privado? ¿No existe
una sanidad pública, una enseñanza pública y un transporte público
razonablemente eficientes? ¿Por qué no puede suceder lo mismo con la banca?
¿Por qué los ciudadanos no podemos confiar nuestros ahorros a un banco que sea
propiedad de Estado, es decir, de todos? ¿Por qué los ciudadanos debemos avalar
con nuestro propio dinero las deudas de bancos privados? ¿El desastre de las
Cajas de Ahorros, cuya dirección se confió a políticos entre los cuales
abundaban los incompetentes y corruptos, implica que cualquier banco público
repetirá ese fracaso? ¿Si sumáramos los beneficios que obtienen los bancos aun
en tiempos de crisis, qué importe obtendríamos? ¿Y si ese importe en lugar de
destinarse en buena parte a la especulación se destinara a atender las
necesidades más urgentes del país, como campañas contra el paro reactivando la
economía? ¿Y a conceder créditos racionalmente seleccionados en función de su
utilidad pública? ¿Por qué razón los informes acerca de los bancos
nacionalizados se hacen ante una subcomisión del Congreso a puerta cerrada? ¿No
podrían permitir esos posibles bancos públicos el acceso por internet a su
contabilidad por parte cualquier ciudadano, con excepción de algunos datos
reservados? ¿No sería este un medio de evitar en buena medida no solo la
corrupción sino también la mala gestión de esos bancos? ¿Y, ya puestos, no
podría extenderse esta publicidad a todos los organismos públicos, ahora que
existen medios técnicos para hacerlo? ¿Por qué razón la Unión Europea
(¿Alemania?) desconfía de la gestión económica de los gobiernos mientras confía
en los bancos, que han tenido una importante participación en la crisis que
padecemos? ¿Por qué la legislación europea exige igualdad de trato a la banca
pública y privada, teniendo en cuenta que la primera estaría gestionada
democráticamente y sus beneficios revertirían en la sociedad, mientras que la
segunda dirige sus beneficios a accionistas que destinan buena parte de ellos a
una especulación improductiva o a sus propios lujos personales?
¿Por qué las
autoridades de la Unión Europea se niegan a considerar ilegítimas las
operaciones financieras con sede en paraísos fiscales, algunos de ellos incluso
miembros de la Unión?
¿Por qué cualquier
operación comercial paga impuestos mientras que las operaciones financieras
internacionales están exentas de ellos?
Uno de los recursos
ideológicos más eficaces del actual sistema económico consiste en presentarlo
como inmodificable, como resultado de leyes tan necesarias como las leyes
naturales. Y convencernos de que esas leyes se justifican en complejas razones
que solo están al alcance de unos pocos iniciados. Por supuesto que las
respuestas a estas y otras preguntas similares no son sencillas y algunas de
ellas quizás sean imposibles. Pero no hay que confundir la complejidad con un
oscurantismo intencionado que pretende reducir al silencio y a la obediencia a la mayor parte de quienes protagonizan la
vida económica. Y uno de los pocos resultados positivos de esta crisis consiste
en que este fatalismo oscurantista se está poniendo en duda y que muchos
ciudadanos están comprendiendo que tienen derecho a saber cuál es el destino de
la riqueza que están creando con su trabajo.
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