LUNES, 24 DE JUNIO DE 2013
VÍCTOR ARROGANTE
En España también tuvimos nuestra revolución.
Fue en 1917 cuando los conflictos sociales, económicos y militares,
convulsionaron España; y en Octubre de 1934 con el objetivo de subvertir el
orden, por las contrarreformas antisociales del gobierno de turno y la amenaza
del fascismo internacional. Los resultados y consecuencias fueron muy distintas
a las que se dieron en otros lugares del mundo. Hoy cabría una pregunta ¿hay
razones para una revolución? Hay razones, pero pocos instrumentos.
Los bolcheviques liderados por Vladímir Ilich
Lenin habían tomado el poder en Rusia en Octubre de 1917; y en plena guerra
mundial (Primera europea del Siglo XX), la neutralidad española favoreció el
crecimiento económico. Pero los beneficios obtenidos por la burguesía industrial y comercial y la
oligarquía terrateniente y financiera, no llegó al proletariado urbano e
industrial, ni a los campesinos, que perdieron nivel salarial y empeoraron aun
más sus condiciones de vida. El conflicto estaba servido.
La injusticia social y la creciente
desigualdad, llevó al PSOE y a la UGT a la convocatoria de una huelga general
indefinida: «con el fin de obligar a las clases dominantes a aquellos cambios
fundamentales del sistema que garanticen al pueblo el mínimo de condiciones
decorosas de vida y de desarrollo de sus actividades emancipadoras, se impone
que el proletariado español emplee la huelga general, sin plazo definido de
terminación, como el arma más poderosa que posee para reivindicar sus
derechos». ¿Cómo hoy verdad?: no se convoca, y si se convoca no se secunda.
La huelga fue un completo éxito y el poder
reaccionó con una dura represión. Los miembros del comité de huelga fueron
detenidos y condenados a la pena de cadena perpetua. En las elecciones de 1918
fueron elegidos diputados y tras una campaña internacional para su
excarcelación, fueron indultados o quedaron en libertad. La represión produjo
71 muertos, 156 heridos y unos dos mil detenidos. La desafección hacia el rey
Alfonso XIII y hacia el sistema aumentó entre intelectuales y la clase obrera y
clase media. Avanzaba la descomposición de la monarquía, que llevó a la
dictadura de Primo de Rivera en 1923 y a la proclamación de la República en
1931.
En 1933, los
socialistas perdieron las elecciones generales. El gobierno de la derecha
radical salido de las urnas, con el apoyo parlamentario de la ultraderechista y
católica Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA), inició una
política de contrarreformas, sobre lo reformado por los anteriores gobiernos
republicano-socialistas. Está política produjo un giro radical en la estrategia
del PSOE y de la UGT, que abandonan la «vía parlamentaria» para alcanzar el
socialismo.
Todo se complica cuando
la CEDA exige entrar en el gobierno. Gil Robles, agresivamente, ataca a la
democracia y defiende el estado totalitario. Hitler sube al poder en Alemania y
hace su aparición la violenta y fascista Falange Española. Todo «en defensa del
orden y de la religión» era el lema de la coalición electoral. La derecha reaccionaria,
con el apoyo de buena parte del ejército y de la jerarquía eclesiástica, desde
1931, se propusieron destruir la República y lo que representaba; y lo
consiguió con la guerra fraticida, su victoria sangrienta y la dictadura
represora.
La izquierda había perdido el poder
parlamentario, pero la fuerza social seguía intacta en la lucha por mejorar sus
condiciones de vida. Largo Caballero llevaba tiempo criticando la política de
colaboración de clases, la democracia burguesa y el sistema capitalista. Su
nueva estrategia se produce en enero de 1934, cuando defendiendo la «vía
insurreccional», asume los cargos de presidente del PSOE y secretario general
de UGT (con el apoyo de las Juventudes Socialistas). El «programa sucinto» del
movimiento revolucionario, manifestaba: «Con el poder político en las manos
anularemos los privilegios capitalistas y antes que ninguno el derecho que les
da explotar a los trabajadores». No pudo ser.
Alejandro Lerroux formó un nuevo gobierno,
incorporando a tres ministros de la CEDA. Ese mismo día, 4 de octubre de 1934,
el comité revolucionario socialista reunido en Madrid, tras contar con el apoyo
de los comunistas y de las Alianzas Obreras (no así con el de la CNT), convoca
la «huelga general revolucionaria» que se iniciaría a las 0 horas del día
siguiente. La «revolución de Octubre» había comenzado.
La «huelga general» tuvo un seguimiento masivo
en casi todas las ciudades, pero muy desigual, sobre todo en el campo, que
acababa de salir de la mayor huelga agraria de la historia de España (10.000
detenidos, 191 ayuntamientos socialistas destituidos, clausura de locales
sindicales y casas del pueblo). El hecho de que la CNT y la FAI no secundaran
el llamamiento revolucionario (salvo en Asturias), fue una razón de su relativo
fracaso. En Madrid, el día 8 fueron detenidos casi todos los miembros del
«comité revolucionario» socialista. Escapan Prieto, Negrín y Álvarez del Vayo.
El martes 9 es detenido Azaña y Companys se entrega en Barcelona el 14.
El gobierno entregó el mando represivo a
Franco, entonces gobernador militar de Baleares, quien moviliza al Tercio de
Regulares. La represión se saldó con más de mil muertos y torturas de los
detenidos en manos de la guardia civil; miles de despidos por su participación
en la huelga y más de treinta mil presos; la mayoría de los dirigentes
implicados apresados y se dictaron veinte penas de muerte, dos de ellas
ejecutadas. Los procesos duraron hasta los primeros meses de 1936. La minoría
socialista en las Cortes suspendió su actividad parlamentaria. Las presiones de
la opinión pública liberal española y europea forzaron el levantamiento del
«estado de guerra». Con el tiempo, la respuesta política y social, fue el
triunfo del «Frente Popular» en 1936.
Hoy, un movimiento como el que se desarrolló
en España en 1934, parece imposible. La indignación social es inmensa, pero la
toma de conciencia sobre la realidad y sobre los instrumentos para resolver la
crisis no encuentra organización que lidera la respuesta. Ni tan siquiera «una
revolución moral» como la que pide Antonio Miguel Carmona. No existe una clase
política y sindical convencida, que propugne acciones para subvertir la
política que el gobierno de Rajoy establece y que el «Sistema» institucional
permite. Están por los pactos.
La revolución en España, tuvo nombre propio:
Asturies; donde los obreros de la industria y los mineros, tuvieron un
protagonismo, del que hoy todavía se habla y se siente. Pero lo contaremos la
semana que viene.
@caval100
DIARIO PROGRESISTA