Nuevo hombre fuerte de Camps
El portavoz del PP en
las Corts militó en el FRAP y ha sido siete veces conseller con cuatro
presidentes y dos partidos.
FRANCESC ARABÍ
La reunión se celebró
en un bareto de Valencia. Corría la primavera del 85. En aquel contubernio
ahumado en nostalgia de clandestinidad llevaba la voz cantante Vicente Pérez
Plaza, persona a las órdenes de Rafael Blasco Castany (Alzira, 9 de febrero de
1945) en la Generalitat e ideólogo suyo desde que ambos militaron en el PCE
(Marxista-Leninista). «Venancio Vega» — era el alias de Pérez— estaba en misión
de conquistar almas del PSPV para un «blasquismo» que ganaba pujanza desde la
Ribera. Todos quedaron embelesados con el consejo: «Si queréis entender la
política, tenéis que ver El Padrino».
Los detractores del
nuevo portavoz del PP en las Corts, que son legión, sostienen que aquel hijo de
republicano liberal represaliado por Franco se ha inspirado en Puzo y Coppola
porque tiene una enfermiza ambición que no repara en medios para lograr fines.
Sus admiradores, que también abundan, destacan su gran capacidad de trabajo y
la personalidad cautivadora de quien en el trato resulta cercano, afable y
literalmente encantador.
Lleva 27 años —salvo un
lustro de paréntesis—en el Consell con cuatro presidentes (Lerma, Zaplana,
Olivas y Camps) y en partidos antagónicos, como el PSPV y el PP. Tiene más
vidas que el malo de «El Cabo del miedo». Como el personaje de De Niro, el
siete veces conseller (de palos tan distintos como Presidencia, Obras Públicas,
Empleo, Bienestar Social, Territorio, Sanidad e Inmigración) ha sido
políticamente dado por desaparecido varias veces. Y por muerto. Pero resucita.
Porque a Blasco le das un palillo, lo dejas en medio del océano y flota. Blasco
siempre flota.
Su alma de
superviviente está en los genes de quien nació junto al Xúquer y de pequeño
veía correr a la gente para salvar sus enseres de las riadas. El espíritu
combativo se modeló en la lucha antisistema, a finales de los sesenta, en el
PCE (Marxista-Leninista), que alumbró el Frente Revolucionario Antifascista y
Patriótico (FRAP). «Carlos», su nombre de guerra, estaba resuelto a instaurar
la dictadura del proletariado a través de la lucha armada y la movilización de
masas. Era tal su ortodoxia que, en 1977, decidió, con Venancio, expulsar a
algunos correligionarios a los que acusaron de fraccionalistas por reclamar la
puesta al día de la organización tras la muerte de Franco.
Blasco entendía de
fracturas. A principios de los 70 protagonizó una escisión del Movimiento
Comunista de España (MCE) para montar el MCE fracción marxista-leninista. Con
esa marca entró en el PCE (M-L) y el FRAP. Es más, Blasco, Venancio y Josep Garés
(fue tránsfuga socialista en las Corts) rompieron con el PCE (M-L) de Raúl
Marco y Elena Odena y montaron nuevo partido que no cuajó. Sus ex compañeros
los tildaban de «mencheviques sarnosos», pero ellos se proclamaban PCE (M-L)
«auténtico» y luego se llamaron «La Causa», como su órgano de expresión.
Defender sus
convicciones le costó la cárcel. Una vez fue detenido en la frontera de regreso
de una reunión del exilio en Francia. El indulto tras la muerte de Franco le
abrió la puerta de salida de la Modelo de Barcelona.
Superó el percance judicial
Su compromiso político
arrancó estudiando Derecho. En el Sindicato Democrático Universitario,
enfrentado al falangista SEU, contactó con un tal Ciprià Ciscar, que después se
convirtió en cuñado. Porque a través de él conoció a Consuelo Ciscar, que sería
su mujer. Antes fue secretaria personal del presidente Lerma. Por aquel
entonces (1982-85), Blasco era subsecretario de Presidencia y, desde 1983,
conseller de ese área.
«Lerma confiaba
ciegamente en él», explica un dirigente socialista de la época. Todo cambió
cuando, a finales de 1989 y siendo conseller de Obras Públicas y Urbanismo
(Coput), estalló el caso Blasco. Una directora general suya, Blanca Blanquer,
denunció en Fiscalía a dos funcionarios por ofrecerse, a cambio de 500 millones
de pesetas, a reclasificar suelo en Calp. Se intervinieron teléfonos y se
descubrió un posible amaño en la venta de una parcela de la empresa pública
Ivvsa en Paterna. El 28 de diciembre de 1989, Lerma lo destituyó. Blasco y otras
cinco personas se sentaron en el banquillo. El juez instructor era Juan
Climent, el que presidiría el juicio a Camps si el Supremo levanta el archivo
por el presunto cohecho en los trajes Gürtel. La Sala de lo Civil y Penal del
TSJ —de la que ya formaba parte Juan Montero, único magistrado que se negó a
archivar el presunto cohecho de Camps— anuló la cintas y, en julio de 1991,
absolvió a los acusados.
Pero el caso Blasco
tuvo mucho recorrido político. El PP ganó un aliado sólido por ese principio de
política internacional según el cual el enemigo de mi enemigo es mi amigo.
Blasco se afilió al PP en julio de 2004, recién perdida la Moncloa, pero
catorce años antes juró desprecio eterno al PSOE. Siempre sostuvo que Lerma lo
aniquiló para eliminar competencia.
Echar al PSOE por principio
Primero atacó por el
flanco nacionalista al impulsar, en 1993, Convergència Valenciana, intento
fallido de aglutinar el regionalismo de Unión Valenciana con el nacionalismo
fusteriano. Y en enero del 95 hizo su gran declaración de fe: «Estoy dispuesto
a trabajar con cualquier partido para echar al PSOE».
Zaplana tomó nota y lo
fichó. Nada más acampar en el Palau lo nombró subsecretario. El ex alcalde de
Benidorm hizo un triple: incorporó a un profundo conocedor del enemigo o rival
(socialistas y UV), se dio un barniz centrista para maquillar la imagen de
derechona del PP y logró un aliado en un territorio, Valencia, en el que el ex
presidente nunca fue uno de los nuestros para los poderes fácticos de la
derecha. Siempre vieron en Zaplana a un arribista.
Hoy, Blasco ha
consolidado un poso de admiración en las bases del PP. Para que no lo convierta
en tropa, Camps no se ha atrevido a hacerlo secretario general. Máxime cuando
ha sindicado acciones con el presidente provincial, Alfonso Rus. No tenía
pedigrí popular —en privado hablaba de «los del PP», como si no se sintiera del
clan—, pero, como profesional de la política, se ha aplicado en la defensa del
partido y se le reconoce el mérito.
En Canal 9 sale más que
el presentador para promocionar al PP y a sí mismo. Porque Blasco es un gran
comercial. Y en su catálogo destaca el producto Rafael Blasco. No en balde, de
joven se curtió vendiendo enciclopedias a domicilio. Él ha ayudado a hinchar
leyendas sobre su figura construidas, eso sí, sobre certezas. La historia del
hombre fuerte de Camps es como esas películas basadas en hechos reales, pero
con un punto de ficción.
Él cocinó a Giddens
para que Zaplana se proyectara como librepensador, con la ponencia La España de
las oportunidades, en el congreso nacional del PP de 1999. En su tarjeta de
visita aparece la palabra estratega. Impulsó la operación de fagocitar a UV
para que el PP apuntalara una mayoría absoluta que que en junio cumplió diez
años. Para ello, diseñó una estrategia de patrimonialización de las señas de
identidad y hasta apropiación de la herencia política de Vicente González
Lizondo, fundador de UV. La hegemonía social del PP se ha edificado sobre esa
asociación identitaria metonímica entre la parte y el todo. Lo valenciano es el
PP, como Pujol era Cataluña; Bono Castilla-La Mancha o Fraga, Galicia. El resto
son traidores a la patria. Y en el resto está Zapatero, que margina a la
Comunitat con su «valencianofobia», llegó a decir.
Siempre lo negó, pero
consumadas sus operaciones para aglutinar a todo el centro-derecha, se atrevió
a impulsar una formación para arañar votos al PSPV. El Partido Social Demócrata
(PSD) se constituyó, en 2006, a partir del PSI de Alzira, formación creada por
los blasquistas cuando Francisco Blasco —el mayor de la saga y ex presidente de
la diputación— fue desalojado de la alcaldía en una moción de censura impulsada
por su propio partido, el PSPV, tras el escándalo judicial de su hermano.
Del FRAP a
la FAES
Es persona de acción,
pero nunca descuida la teoría. Es uno de los puntales del mito. Igual regala a
la prensa «No pienses en un elefante», de Lakoff, gurú de la izquierda
norteamericana, que asiste a un curso de la fundación FAES, el «think tank» del
ala más conservadora del PP, presidido por Aznar.
Obsesionado por
gestionar poder, a la manera casi borgiana, ha actuado en áreas de influencia
social como el fútbol. Forzó a Paco Roig a vender su parte del Valencia CF a
Juan Soler y pirarse. Incluso intervino en el esperpéntico intento de la
uruguaya Dalport de quedarse con el club de Mestalla.
La trayectoria de este
albacea de las devaluadas acciones de Camps demuestra que quien acuñó el
concepto erótica del poder pensaba en Rafael Blasco Castany. Se diría incluso
que a veces ha transitado por el linde entre la erótica y la pornografía del
poder.
LEVANTE-ELMV