LUNES, 17 DE JUNIO DE
2013
PABLO IGLESIAS
La grandeza de nuestros
ideales lleva a que en nuestras filas tengan cabida todos cuantos quieran el
advenimiento de un régimen social donde no haya ni esclavos señores, ni
opresores ni oprimidos, sino en que impere la igualdad social, produciendo
todos y todos consumiendo.
Las clases sociales, lo mismo en periodos de
auge que de crisis, ya fueran dominantes o dominadas, se han movido, han
luchado siempre, por lo que a ellas les convenía. Puede ser que, no conocedoras
del antagonismo que entre los intereses de unas y otras había, o juzgando que
el sostenimiento o el triunfo de los de cada una entrañaba un beneficio
general, creyeran que combatían por el bien común; pero esa era una ficción que
los hechos se encargaban inmediatamente de descubrir, y de la que no
participaban las inteligencias perspicaces.
La burguesía francesa,
al conquistar hace un siglo el poder político, y con él la supremacía
económica, decía ciertamente que su triunfo significaba el triunfo de la
libertad, de la igualdad, de la fraternidad, del trabajo libre, etc; pero no
pasó mucho tiempo sin que los hechos demostrasen que aquel acontecimiento sólo
aprovechaba a la burguesía...
El pueblo tuvo, sí, más
libertad, más igualdad política; pero tuvo, y tiene también, más explotación,
más esclavitud económica, que es el verdadero contenido de la pomposa frase:
"trabajo libre".
Ahora bien, si los antagonismos sociales han
hecho que cada clase luchara única y exclusivamente por sus intereses, la
clase trabajadora no puede faltar a esa
ley; ha de hacer lo mismo que las demás han hecho; sólo diferirá de éstas en el
modo de proceder... el triunfo de la clase trabajadora representa la conclusión
de toda esclavitud, de todo privilegio, de toda desigualdad social.
Claro está que el
aguijón que mueve a los obreros, la causa que les obliga a trabajar por el
establecimiento de una sociedad donde la explotación del hombre por el hombre
no se conozca, es su propio malestar, el deseo de poner término a su
precariedad y miseria; pero eso no quita para que la solución que reclaman sea
conveniente a todos y lleve el sello de las más estricta justicia.
¿Es injusto abolir las
clases, esto es, hacer imposible que unos hombres dominen a otros?
¿Es injusto o perjudicial garantizar a todo
ser humano el derecho a la vida, es decir, que no pueda darse el caso, como se
da hoy, de que se muera una persona por falta de alimento o de abrigo?
¿Es injusto que todos
los individuos válidos tengan que trabajar para producir lo que las necesidades
de la vida, satisfechas lo más ampliamente posible, reclamen?
¿Es injusto extender,
hacer patrimonio de todos los miembros de la sociedad la instrucción y la
ciencia?
Pues todo eso es lo que
quiere la clase asalariada conocedora de sus intereses y amante de su libertad,
y lo que constituye el programa del
Partido Socialista Obrero...
En cuanto al exclusivismo de nuestro partido
en lo que se refiere a cerrar las puertas a quien no sea explotado, solo cabe
decir que esta afirmación carece de fundamento. En nuestro partido, en las
Agrupaciones socialistas, tienen entrada todos los individuos que declaran
estar conformes con su programa, ya sean obreros manuales, obreros de la
inteligencia, como muchos llaman a los hombres de carrera, o burgueses.
Abrimos las puertas a
éstos, aunque a algunos les parezca extraño,
porque sabemos que en las clases privilegiadas hay hombres de recto
proceder y defensores de la verdad, Lo único que exige el partido obrero es que
su conducta, su proceder con los trabajadores, respondan a las ideas que
profesan, esto es, que su trato difiera del que generalmente dan los patronos,
y los salarios que paguen no sean nunca inferiores a los que abonen los menos
tiranos.
No hay, por
consiguiente en nuestro partido, más exclusivismo que el que tienen todos los
partidos serios, a saber: mantener con firmeza sus principios, rechazar toda
amalgama y no considerar dentro de él sino a los individuos que los acepten y
los respeten.
(Extractado de EL SOCIALISTA, núm. 166,
10-IV-1889, pp.1-2)
DIARIO PROGRESISTA