MARTES, 5 DE MARZO DE 2013
JUAN A. CABRERA
Debe de ser que, en
efecto, el pasado vuelve, desde luego convertido en otra cosa como nos enseñan
los poetas.
Durante el fin de
semana (23F) se han cruzado los argumentos de los que adoptaron como eslogan
feliz para las marchas ciudadanas del sábado la idea de un golpe de estado de
los mercados y quien, no siendo –que se sepa- estudioso de la historia ni
poeta, ni teniendo edad para recordarlo más que vagamente (el Consejero de
Presidencia del Gobierno de Madrid, Salvador Victoria, tenía 13 años pues nació
en el 68, vaya por Dios), nos advirtió del peligro que conlleva el uso de la
libertad de expresión y manifestación por esas gentes que recorren las calles
con evidente afán de desestabilizar las instituciones, golpistas de fin de
semana que se hacen acompañar en sus pronunciamientos de los niños, la abuela,
los bomberos, los médicos…y toda esa ralea insensata.
Unos días antes, en el Parlamento portugués
hubo quien entonó Grandola vila morena, para simbolizar la necesidad de retomar
el espíritu del 25 de abril, desde luego sin claveles y esta vez también sin
fusiles.
¿Qué clase de situación es esta en la que, como
escribía hace poco Vicente Verdú (La Fertilidad del miedo, El País, 3 de enero
de 2013) “hay protestas, pero se disuelven en las aguas amargas de la cólera
efímera” y también: “En vez de llevar a España a un estallido social, la crisis
refuerza los lazos comunitarios. Ante el descrédito de todos los poderes, más
cercanía al vecino”
No lo
tengo nada claro, aunque sí sé que se trata de algo nuevo y, me perdonarán el
pesimismo, terrible.
Como los malos discípulos que toman de las
enseñanzas solo lo superficial para, en el fondo, limitarse a cumplir órdenes,
el Gobierno de España (y no lo olvidemos, con él una gran parte de la clase
dirigente en cualquier ámbito económico y social) se enroca en la austeridad
como si fuera una religión. Y eso –cada vez hay más voces que lo advierten- no
nos sacará del agujero.
Lo malo es que tampoco lo hará el crecimiento. Como apunta el
economista y miembro del Consejo Económico y Social, Antonio González (La
distribución de la renta entre capital y trabajo. Temas para el Debate
enero-febrero 2013) “A menudo se ha dicho que ‘primero es necesario crecer para
después poder repartir’ Esta afirmación requiere ignorar que, en los términos
de la distribución funcional de la renta, el reparto entre salarios y
beneficios se realiza de forma simultánea a la producción, por lo que carece de
sentido pretender que tal reparto deba esperar al crecimiento”
Las consecuencias de ese enfoque entre esperanzado y necio son que la
desigualdad crece y crece y así en la España de 2013 el 20% de la población de
ingresos más elevados tiene una participación en la renta total mucho mayor que
la que tiene el 60% de población de menores ingresos. Y la brecha se sigue
ampliando mientras las autoridades ignoran o fingen ignorar que no habrá milagro
y, por el contrario, si nadie lo remedia, se seguirá cumpliendo para regocijo
de los menos la bíblica Parábola de los Talentos: “al que tiene, le será dado y
tendrá más; y al que no tiene, aun lo que tiene le será quitado (Mateo 25:29)
Así es que ni la
austeridad logrará sentar la bases del nuevo desarrollo más racional y
sostenible como pretenden sus apóstoles, ni el futuro crecimiento lastrado por
tantos cadáveres sociales, conseguirá desandar la galopante marcha hacia la
desigualdad y la destrucción de una generación al menos y buena parte de las
clases medias.
Jhon Ralston Saul es un tipo elegante que, para nada ofrece la imagen
de un perroflauta. El presidente del muy prestigioso y bastante glamuroso Pen
Club Internacional, ha escrito El colapso de la
civilización y la reinvención del mundo, una obra que está a punto de
alcanzar el medio millón de ejemplares de venta. Tanto el libro como la
personalidad de su autor, pone de los nervios a los poderosos: parece uno de
los suyos, pero no lo es.
En una entrevista concedida a El País Semanal
(3 de febrero pasado) le dice al periodista (Joseba Elola) lo siguiente: “La
ironía es que la globalización ha conducido a lo opuesto de lo que prometía.
Prometió competencia y ha causado el regreso a los monopolios; prometió
renovación del capitalismo y ha supuesto la vuelta al mercantilismo; prometió
el final del nacionalismo feo y ha traído la era más nacionalista desde el
final de la Segunda Guerra Mundial. Prometió crecimiento, no tenemos crecimiento;
prometió empleo, no tenemos empleo…” Y sigue: es que “la globalización es algo
económico…solo de forma marginal. Es una cuestión de política y de control, de
poder; es un modelo social…y se rompe porque como modelo social no funciona y
siembra la catástrofe por el camino”
Cómo recuerda todo esto ciertos debates de los setenta en torno a la
figura de Milton Friedman y a los terribles efectos colaterales de sus teorías
sobre la organización de la sociedad disfrazada de teorías económicas.
Un golpe de Estado, según la definición clásica (coup d´État) es la
toma del poder político, de un modo repentino y violento, por parte de un grupo
de poder, vulnerando la legitimidad institucional establecida en un Estado, es
decir, las normas legales de sucesión en el poder vigente con anterioridad.
Todos imaginamos con facilidad lo que es, especialmente quienes tenemos en la
memoria el 23F.
Pero, en puridad y acorde con la
definición propuesta, para vulnerar la legitimidad institucional no es preciso
el concurso de un tipo ridículo gritando “¡se sienten, coño!” Quizás bastaría
con alcanzar el poder por medios democráticos e incumplir acto seguido el
programa electoral que hizo posible la toma del Gobierno de la nación, al cabo
no deja de ser un procedimiento “repentino” y violento por cuanto en unos pocos
meses se pone de manifiesto una gran mentira que, en efecto, violenta las
reglas de juego. Desde luego que eso no comporta la violación de las normas
legales de sucesión, pero pone muy en duda la legitimidad del proceso y señala
a quien lo ejecuta como cómplice de un estado de cosas que, este sí, da al
traste por vaciamiento sostenido con el ordenamiento acordado en los órganos de
representación legítima de los ciudadanos.
Así es que más allá de las tonterías que se le puedan ocurrir a un
político regional bastante limitado, cuando se dice que hay un golpe de estado
de los mercados, se está convirtiendo en eslogan una realidad compleja pero
bien real y presente: que quienes ofician esta liturgia infame de la austeridad
y la reducción brutal del déficit como chamanes poseídos por la verdad (o el
deber que diría el otro), están poniendo en riesgo la democracia misma. ¿La
mansedumbre de la gente refugiada en la solidaridad y el apoyo mutuo frente a tanta
agresión durará siempre? A mí me parece que eso no es una seña de identidad de
esta era como a veces se dice bobalicona y irresponsablemente; que eso cambie
es solo cuestión de tiempo; y es la desigualdad creciente lo que hará saltar la
espoleta.
Y, una vez más, habrá
que oponer a la fatalidad que hay otros caminos. Claro que se puede. Dice
Ralston Saul por ejemplo: “La deuda pública tiene peso moral, pero la privada
no. ¿Cómo se come eso? …pero “Si el sector privado se puede librar de la deuda
(dación en pago de las grandes constructoras, rescates a la banca y tantos
ejemplos más) el sector público también” ¿A que resulta sugerente? Pues hay
antecedentes, y los ejemplos históricos más llamativos y en cierto modo
paradógicos son Alemania y Estados Unidos.
La cuestión es si los gobernantes van a esperar a que un número
suficientemente elevado, crítico, de personas ya no tenga nada que perder. Es
que entonces, igual acaba teniendo razón el tonto.
DIARIO PROGRESISTA