22 de Mayo 2013
Discurso en la
Universidad de Lleida, en el acto de investidura de Vicenç Navarro como Doctor
Honoris Causa por esta Universidad. 21 de marzo de 2013
Señores y señoras
miembros de la Mesa, Magnífico rector de la Universitat de Lleida, Secretaria
General de la Universitat de Lleida, Presidente del Consejo Social de la
Universitat de Lleida, y Decana de la Facultad de Derecho y Economía de la
Universitat de Lleida, a mi padrino, el Dr. Pere Enciso, y a los asistentes,
Magnífico rector de la Universidad Internacional de Cataluña, Vicerrector de la
Universitat Pompeu Fabra, Autoridades académicas y civiles, Miembros de la
Comunidad Universitaria.
Señoras y señores,
Muchas gracias por el
honor que me confieren. Permítanme que transfiera este honor a todos aquellos
que nos precedieron y que hicieron posible que ahora todos estemos aquí, en
este acto de celebración a una voz crítica y que me gustaría fuera un acto de
homenaje a todas las voces críticas que han hecho posible y han contribuido al
progreso, a la libertad y al bienestar y solidaridad que ahora se están
cuestionando.
En este acto quiero
empezar agradeciendo la voz crítica de mis padres y de su generación. Hombres y
mujeres que en su juventud participaron en aquel proyecto tan ilusionante de reformar
nuestro país, que fue la II República. Fue la generación que intentó
transformar Catalunya y España con reformas sociales, laborales, económicas y
culturales que intentaban romper con el enorme conservadurismo que
caracterizaba las élites económicas, financieras y religiosas gobernantes de
aquel tiempo. Y entre estas reformas
estaba la de iniciar el reconocimiento de que el Estado español era y
continúa siendo un Estado plurinacional, admitiendo y aceptando que Catalunya
es una nación, con el derecho y con el deber de defender su identidad, su
cultura, su idioma y su personalidad y deseo de ser nación.
Cada una de las
reformas fue interrumpida y destruida por el golpe fascista apoyado a nivel
internacional por Hitler y por Mussolini, imponiendo una de las dictaduras más
sangrientas y crueles que haya existido en Europa en aquel periodo.
Me entristeció ver, al
retorno del exilio, que mis estudiantes universitarios sabían muy poco de la
historia de este país. Parecía cómo si creyeran que el dictador era como una
persona mayor con mal genio. Con mayor elaboración, esta percepción se
reproducía también en el discurso académico que subrayaba que aquella dictadura
era, según la sabiduría convencional, un régimen autoritario, pero no
totalitario, asumiendo erróneamente que aquel régimen no intentaba cambiar la
totalidad de la sociedad, como intentan los regímenes totalitarios. Pero
aquellos que vivimos y sufrimos aquel régimen, sí que vimos el intento de
aquella dictadura de intervenir a las esferas más íntimas de la personalidad,
desde nuestra lengua, la lengua que hablaba nuestro pueblo, hasta las
relaciones interpersonales, e incluso en los sentimientos. Intento realizado
con una enorme brutalidad. Por cada asesinato político que cometió Mussolini, Franco
cometió 10.000, cómo ha documentado el profesor Malekafis, experto en el
fascismo europeo, de la Universidad de Columbia de Nueva York.
Y fue la generación de
mis padres la que sufrió aquella enorme represión. Es a ellos a quien el país
tendría que honrar. Muchos fueron asesinados, otros encarcelados, muchos otros
torturados, y todavía otros expulsados. Es importante que les agradezcamos su
sacrificio y que los honremos. Con especial atención merecen serlo los
maestros, entre ellos mis padres, que fueron expulsados del Magisterio, siendo
maestros de Gironella, en el Bergadà, como miles y miles de maestros. Y otros
que tuvieron que exiliarse, como los miles y miles de catalanes y españoles que
iniciaron la diáspora republicana. Muchos de ellos –como mis tíos y tías- que
iniciaron el maquis francés contra los nazis, fueron detenidos y enviados a
campos de concentración nazis. Es a ellos y a todos los que sobrevivieron a
aquella pesadilla y que continuaron su lucha por la democracia, la libertad y
la justicia, estuvieran donde estuvieran. Muchos de ellos acabaron en América
Latina, que los recibió con los brazos abiertos. A ellos también hay que
honrarlos, pues sus voces críticas ante las estructuras del poder dictatorial
mantuvieron vivas las aspiraciones por un mundo mejor.
Y en mis viajes
alrededor del mundo, he visto y saludado esta enorme diáspora republicana tan
olvidada en Cataluña y en España. Mis tíos y su generación, combatientes
antifascistas en España, y antinazis en Francia, han sido olvidados en este
país y honrados en cambio en Francia. Este silencio ensordecedor en Cataluña y
en España necesita, no sólo una voz, sino un grito de protesta.
Y tenemos que honrar a
las generaciones de los años cincuenta, que iniciamos la resistencia
antifascista con las movilizaciones en las calles, y de los años sesenta y
setenta, con movilizaciones que forzaron el fin de la dictadura. Nunca olvidemos
lo que se intenta hacer que olvidemos: que Franco murió en la cama, pero la
dictadura murió en la calle. Sin aquellas movilizaciones, lideradas por el
movimiento obrero, la dictadura no hubiera acabado.
La fuerza de las
movilizaciones fue lo suficientemente fuerte para que la nomenclatura que
gobernaba el Estado fascista se tuviera que abrir para permitir un aire fresco
de reformas. Pero hubo un enorme desequilibrio de fuerzas en aquel momento
histórico, llamado Transición, en el cual las fuerzas conservadoras dominaban
el Estado y la mayoría de los medios de información y persuasión, mientras que
las fuerzas democráticas lideradas por las izquierdas acababan de salir de la prisión
y/o volvían del exilio.
Resultado de tal
desequilibrio, se estableció una democracia muy incompleta, con grandes
limitaciones en las formas de participación ciudadana en la gobernanza del
país, y con unas leyes electorales que sistemáticamente han discriminado a las
izquierdas.
Y esta es la causa de
un bienestar tan insuficiente. España y Cataluña, con más de treinta años con
un sistema democrático, continúan a la cola de la Europa Social. El gasto
público social por habitante continúa siendo el más bajo de la Eurozona. Y esto
no es porque seamos pobres. En realidad, España tiene el 91% del nivel de
riqueza de los países más ricos de la UE, es decir de la UE-15. Y Cataluña
tiene nada menos que el 110% de aquel promedio. Y sin embargo, el gasto público
social por habitante es sólo el 78% del promedio de la UE-15 en España y el 82%
en Cataluña.
La causa de este
retraso es la misma que en Grecia, Portugal, Irlanda y ahora Italia: el gran
dominio de las fuerzas conservadoras sobre sus Estados, que determina unos
ingresos bajos al Estado, como consecuencia de unas políticas fiscales
regresivas y un enorme fraude fiscal, realizado principalmente por los sectores
más pudientes de la población.
Pero este retraso
social va acompañado de la falta de resolución de otro problema grave: la no
resolución del carácter plurinacional del Estado español. Y esta falta de
resolución nos está llevando a la desintegración del Estado español, de la cual
son responsables, y muy en primer lugar, las voces conservadoras jacobinas
procedentes del nacionalismo español que en su incapacidad de entender que
España tiene varias naciones, está estimulando el independentismo catalán.
Negando el derecho de autodeterminación están estimulando el sentimiento de
independencia.
No soy partidario de la
independencia de Cataluña, pero entiendo el independentismo catalán. Defiendo,
como siempre defendimos las izquierdas, no sólo catalanas sino también
españolas, el derecho de autodeterminación que ahora se llama derecho de
decisión.
Es importante, sin
embargo, reconocer que estos sentimientos se están estimulando de una manera
oportunista para ocultar el enorme déficit social y las políticas de austeridad
que están dañando a las clases populares. Hay que ser crítico con las fuerzas
conservadoras en España que están utilizando el nacionalismo españolista como
manera de ocultar unas impopulares políticas de austeridad. La evidencia de que
esto está pasando es abrumadora. Hay que ser crítico con esta realidad.
Pero hay que ser también
crítico con las fuerzas catalanas conservadoras que también están utilizando
este movimiento de protesta –que considero justo- para esconder unas políticas
de claro corte neoliberal que están dañando al pueblo catalán. No es sólo el
déficit fiscal, que existe y se tiene que eliminar, el responsable del retraso
social. Es la fuerza y alianza de clases, que se traduce en la alianza política
en las Cortes Españolas y hasta hace poco en el Parlamento de Cataluña, entre
las derechas a los dos lados del Ebro, la que determina el enorme retraso
social de Cataluña –y también de España-.
Y aquí sí que encuentro
muy pocas voces críticas. En parte porque hay un gran control de los foros
donde tales voces tienen dificultades para participar.
Y es aquí donde querría
acabar haciendo algunas observaciones sobre el proyecto académico y
universitario. La universidad tiene que analizar la realidad que nos rodea, con
el rigor que tiene que guiar todo proyecto científico. Pero el análisis de la
realidad tiene que incluir la motivación de cambiar tal realidad. Tenemos que
conocer la realidad para cambiarla. Es fundamental que la universidad se
independice del poder financiero y económico que tiene tanta influencia a la
vida política y mediática del país.
Por este motivo cuando
volví a casa, al país mío y nuestro, me preocupó en gran manera que se estaba
idealizando la academia norteamericana. Veo que los mismos colegas que en los
años cincuenta y setenta gritaban “Yankees go hombre” ahora envían a sus hijos
a los Estados Unidos. Me parece muy bien que los estudiantes catalanes y
españoles viajen también a los Estados Unidos y aprendan de aquellos centros
académicos. Ahora bien, me preocupa que muchos queden totalmente seducidos y
vean la luz pero no las sombras de aquellas universidades, y muchos de ellos no
vean la enorme y excesiva influencia que el mundo financiero y económico de
aquel país tiene en la academia norteamericana. El enorme fracaso de la
comunidad universitaria de economistas de los EEUU de no saber predecir la
enorme crisis financiera es un indicador de ello. El conocimiento académico de
la economía está en quiebra.
Repito que queda mucho
para aprender. Y yo mismo –medio siglo de académico en aquel país- he apoyado y
continúo apoyando el intercambio. Pero es fundamental que el proyecto académico
catalán se base en una filosofía de servicio a las clases populares y no a las
estructuras del poder, pues nuestro servicio tiene que ser precisamente dar a
conocer la realidad que vive nuestro pueblo para indicar y mostrar las
intervenciones encaminadas a mejorar su bienestar y calidad de vida.
Hace falta también
redefinir patriotismo catalán y patriotismo español, porque este es un
sentimiento muy vulnerable a ser manipulado. El más patriota es el que más hace
para mejorar la calidad de vida de aquellos que viven y trabajan en Cataluña
y/o en España, y muy en particular, las clases populares. Hay que protestar por
la utilización de las banderas para finalidades clasistas anteponiendo la
supuesta defensa de la patria al bienestar de la población. Y esta observación
se aplica a los dos lados del Ebro.
Cómo también hay que
evitar el otro extremo en el cual, en bases a un malentendido
internacionalismo, la defensa de la nación catalana queda diluida en una
homogeneización internacional que implica la pérdida de nuestra identidad. Hay
que sentirse hermanado con otros pueblos y naciones, empezando, en nuestro
caso, con aquellos a quienes el Noi del Sucre, el gran dirigente del movimiento
obrero de Cataluña, definió como “naciones y pueblos de Iberia”. Respeto a
aquellos que no se sienten cómodos con este sentimiento e incluso simpatizo con
ellos porque yo tampoco me identifico con esta España oficial, y que es la
España heredera de la dictadura y de la Transición inmodélica. Esta no es mi
España. Pero no abandonaré la esperanza que otra España sea posible, y creo que
está ya surgiendo de las calles de las poblaciones de aquel territorio en su
protesta social que toma lugar cada día. Y no abandono tampoco la esperanza de
que tengamos otra Cataluña donde la mayoría del pueblo catalán pueda elegir su
futuro, con plena libertad y pluralidad ideológica de los medios, que hoy no
existe en Cataluña, ni tampoco en España.
Espero que todos
podamos continuar trabajando en este proyecto con el sentido crítico tan
necesario en nuestro país. Así lo espero. Gracias por el honor.
Vicenç Navarro
Catedrático de
Políticas Públicas
Universidad Pompeu
Fabra