10 Abril 05
Intervención de Luis
GOMEZ LLORENTE (2001)
SALUDO A LA CORRIENTE
IZQUIERDA SOCIALISTA
Compañeras y compañeros:
Todos los aquí
presentes comprenderán que es para mi sumamente emotivo venir hoy a esta casa
para saludar a los compañeros de Izquierda Socialista. Tan emotivo es que
decidí traer por escrito mi intervención para que el texto embride al
sentimiento. Como se simboliza en la imagen platónica de los caballos alados,
que la razón lleve siempre las riendas evitando que se desboquen los
sentimientos.
Permítaseme, sin
embargo, expresar con moderación el afecto personal a todos los antiguos
compañeros aquí presentes; mi profunda simpatía por el dificil esfuerzo que ha
sostenido y mantiene la corriente Izquierda Socialista, e incluso que evoque con
cariño a aquellos que ya no están entre nosotros, como Joaquín Martínez Yorman,
o Manuel Sánchez Ayuso, y también a los que se distanciaron de nuestras filas
encontrando alojamiento en otros ámbitos de la izquierda -con los que a veces
disentimos- y con los que, pese a todo, nos liga el recuerdo de el haber estado
siempre del mismo lado en la batalla social, habiendo compartido en su día
tantas labores y esperanzas.
Esperáis probablemente
que diga algo sobre el socialismo puesto que sino carecería de sentido comparecer
en esta reunión, pero me perdonareis que no pronuncie palabras
circunstanciales, porque acerca de la circunstancia política inmediata
cualquiera de vosotros que estáis activos en la acción política cotidiana, y en
la vida orgánica del Partido, sabéis mil veces más que cuanto yo pudiera
deciros.
Dedicaré en cambio los
minutos restantes de esta breve intervención a reiterar cuatro ideas que son
signo de nuestra identidad colectiva.
Acaso este testimonio
pueda servir como un punto de referencia más en vuestras reflexiones. Al fin y
al cabo, saber dónde estamos ahora cada uno también dice algo de la trayectoria
de la Corriente en su conjunto.
Mirad: Pablo Iglesias
creó dos organizaciones con un solo y el mismo fin: la emancipación de la clase
trabajadora. Estas son el Partido Socialista Obrero y la Unión General de
Trabajadores. Tan socialista se es luchando por aquel ideal en el Partido como
en la Unión.
Algunos, que iniciamos
temprano nuestra vida cívica reorganizando las Juventudes Socialista allá por
los últimos años cincuenta, encauzarnos luego nuestra militancia preferente en
el Partido, habiendo desembocado finalmente en poner nuestros conocimientos y
lo mejor de nuestros afanes al servicio de nuestro sindicato.
Hay un motivo por el
que los socialistas de viejo cuño nos sentimos muy a gusto en los sindicatos:
Los partidos pueden evolucionar hacia el interclasismo, y hacia una praxis
política contemporizadora con los poderes económicos, así como con la
estrategia internacional de las potencias hegemónicas, y a veces -preciso es
reconocerlo- no tienen otra alternativa. (Son los condicionantes de una
estrategia que pugna por ser mayoría en la democracia liberal parlamentaria).
Pero. los sindicatos son siempre, por definición, organizaciones de la clase
trabajadora. Son inexorablemente y mientras existan, los más legítimos
herederos y continuadores de cuanto significa en la historia el Movimiento
Obrero. La tarea sindical no es otra sino la defensa de los intereses de la
clase trabajadora, sea frente a la patronal, sea ante el Gobierno del Estado.
Pueden existir
ciertamente sindicatos que aun siendo organismo de los asalariados, sean
infieles a la solidaridad de clase, y a estos les llamamos amarillos o
corporativos. Pero la UGT nunca fue corporativa; sigue siendo en eso como la
creó Pablo Iglesias, un sindicato de clase al que nunca -compañeros- debemos
marginar de nuestros planteamientos y de nuestras actividades.
He mencionado
"socialistas de viejo cuño", y aclaro: Con ello no me refiero a
cuestiones generacionales, no depende de la edad. Entiendo que son socialistas
de viejo cuño los que creen que aun cuando ahora se utilice un lenguaje
edulcorado para describir los fenómenos sociales, un lenguaje tan técnico y tan
sociológico que a veces resulta encubridor o desorientador, la explotación
subsiste, la contradicción de intereses - llámesele como se quiera- está ahí,
que la dominación de unos pueblos por la prepotencia de otros es inocultable,
así como que la llamada exclusión y marginalidad en nuestras sociedades, o el
hambre del mundo, serían evitables mediante el uso planificado de los recursos
disponibles.
Un financiero
inteligente y experimentado como George Soros, que no ha olvidado su formación
intelectual originaria centroeuropea, no tuvo inconveniente en su más famosa
obra ("La Crisis del Capitalismo Global". 1999, Pag. 136) de citar a
Carlos Marx, elogiando en este punto su certera predicción de que el sistema
capitalista acabaría penetrando hasta el último rincón del planeta, y hasta el
último aspecto de la actividad humana susceptible de ser mercantilizado.
Y el propio Soros llama
la atención sobre los devastadores efectos que para la cultura y para la moral
tiene la mercantilización integral de la vida, esto es la imposición de los
valores mercantiles y de las reglas del mercado como criterios superiores que
de hecho rijan toda la vida social.
Si cada cual se mueve
habitualmente -como es ley del mercado- por el impulso de dar lo mínimo a
cambio de obtener el máximo lucro o beneficio posible, la desintegración moral
y social está tan asegurada, como el triunfo darwiniano de los más aptos para
competir. Especialmente debe preocupamos que el pensamiento y el gusto queden
cada vez más subordinados y condicionados por las manipulaciones del mercado,
sometidos a las exigencias de los intereses mercantiles.
Esto afecta a la
investigación, a la producción estética y literaria, a la conducción del gusto
para que se encauce como demanda de unos determinados consumos; a la idea misma
de felicidad que conviene imprimir en las grandes mayorías a fin de que se
sostenga un modelo de desarrollo económico a cualquier costo.
Mucho debiera
preocuparnos, pongamos por caso, que so capa de vincular la Universidad -sede
de la investigación y formación de las élites-a la industria y las
corporaciones sociales, haciendo depender la orientación de los estudios y de
la investigación de los intereses y de la financiación de esas entidades
extrauniversitarias, no acabe padeciendo en su más profunda esencia la
autonomía universitaria entendida como garantía del libre pensamiento y de la
libre investigación.
La privatización de las
universidades, y de la enseñanza en general, es otro fenómeno indicativo de la
sujeción del pensamiento al control de intereses particulares no siempre
coincidentes, sino a veces contradictorios, con el interés general de la
sociedad y de la humanidad.
Si alguien me pregunta:
¿Qué es lo diferencial específico del socialismo? Le respondería sin vacilar:
LA IGUALDAD. La igualdad entendida como igual libertad para todos.
Creo que el socialismo
surge precisamente de la crítica al concepto liberal de la libertad por cuanto
éste se reduce a esa forma de democracia formal que consiste en la afirmación
de las libertades individuales y del Gobierno representativo, garantizando la
autenticidad de esas valiosas instituciones mediante la técnica de la
separación de poderes.
Los grandes pensadores
socialistas asumieron la reforma liberal del Estado como un paso positivo en la
historia, pero fueron más allá, porque se dieron cuenta de que con eso, y sólo
con eso, una gran parte de los seres humanos no son real y verdaderamente
libres.
Se dieron cuenta de que
la libertad real de todos exigía liberar a los ciudadanos no sólo del
absolutismo, y del control eclesiástico de las conciencias, sino que era
necesario liberarles también de la prepotencia patronal, y del control que el
poder del dinero ejerce sobre la vida social.
Sólo mediante reformas
económicas profundas, y no sólo mediante revoluciones políticas, sería posible
acceder a la libertad real para todos, es decir, a la Igualdad entendida como
igual libertad.
Esto es la sustancia
espiritual del socialismo y su razón de ser en la historia de los movimientos
sociales. Resulta ya más accidental definir cuáles y cuando son oportunas esas
reformas económicas profundas.
Sabido es que el primer
socialismo afirmó la necesidad de socializar íntegramente los bienes
productivos. Hoy nos movemos sin embargo en la estela del modelo concebido por
la socialdemocracia de entreguerras; es decir, en el modelo del Estado
redistribuidor de las rentas producidas; de un Estado cuya enérgica
intervención por vía fiscal y mediante empresas públicas, pueda sostener
aquella serie de servicios gratuitos universales que le hicieron merecedor de
los apelativos "Estado de bienestar", o "Estado
providencia", en los años dorados de la socialdemocracia europea.
De ahí que el
neoliberalismo concentre su enemiga antisocialista en su tendencia hacia el
Estado mínimo. Saben bien que en una sociedad atomizada, compuesta sólo de una
suma numérica de individuos arrojados a una despiadada competitividad, la
hegemonía y dominación de los más fuertes está garantizada.
Nosotros por el
contrario afirmamos el valor de la igualdad por encima del principio de la
libre competencia a toda costa. Nosotros creemos que la posesión de ciertos
bienes imprescindibles para una vida digna tienen que ser garantizados a todos,
y que si esto falla, o en la medida en que falla, entra en quiebra la
legitimación moral del sistema. De ahí que nos parezca tan aborrecible el
actual orden mundial, y el proceso de globalización salvaje.
La libertad económica
de competir no puede ser utilizada legítimamente, como ninguna otra libertad,
para destruir o reducir a lo inane las libertades reales de los otros, ni para
imponer la dominación despótica de unos sobre el trabajo y/o sobre la formación
de la conciencia de los otros. De otro modo, carecería de sentido el contrato
social, o garantía recíproca del uso de las libertades.
Creo sinceramente, que
en la evolución de la cultura occidental, y especialmente durante la
modernidad, han tenido un desarrollo totalmente asimétrico los conceptos de
libertad e igualdad. Se ha progresado notablemente en el concepto de libertad;
incluso seguimos inventando nuevas proyecciones o derechos de la libertad
individual (intimidad, propia imagen, objeción de conciencia, elección de la
muerte digna, etc) todo lo cual es muy positivo. Pero en cambio parece
estancado el concepto de igualdad; lo que se ha de entender por igualdad entre
los seres humanos, y nos permitimos decir que es una sociedad respetuosa con la
igualdad aquella que está generando de nuevo más desigualdades y un número
creciente de marginados o excluidos. Si ahora preferís hablar de sociedad de
los tres tercios, o de la dicotomía abismal norte-sur, decís sólo con un
lenguaje más neutro lo que antes se dijo con un lenguaje más cargado de
implicaciones axiológicas.
El propio movimiento
feminista, tan basado en la palabra igualdad, se ha orientado hacia la igualdad
formal, o igualdad de derechos y obligaciones con los varones, y todos nos
felicitamos de los pasos dados en esa dirección. Pero ved también que las más
recientes voces en el seno mismo del movimiento feminista son las que hablan de
la discriminación y del mal trato del que son víctimas las mujeres menos
letradas y menos cualificadas profesionalmente, siendo su lamentable condición
indiferente al género de las personas que ejercen dominación sobre ellas.
Ya dijo Rosa Luxemburgo
que no habría emancipación plena de la mujer desligando su causa de la causa de
la emancipación del trabajo, y que a su vez ésta dificilmente se conseguiría
sin la participación activa de la mujer en el trabajo, y en la lucha por la
emancipación colectiva.
No quiero cuestionar
con ello el acierto feminista de haber promovido organizaciones autónomas, cuya
eficacia ha quedado bien demostrada, sino señalar los límites que tiene
cualquier interpretación de la igualdad solamente referida a la igualdad de
derechos, si es que esos derechos no comprenden el acceso garantizado por la
sociedad a las condiciones de una vida digna, y muy en particular el derecho al
trabajo, así como a la indemnización correspondiente en la situación de
inactividad involuntaria.
Ahora entenderéis por
qué me entristece leer en determinados manifiestos y textos programáticos que
el concepto de igualdad se reduce al concepto liberal de igualdad ante la ley y
de no discriminación por razón de raza, religión, condición, etc tomándose como
paradigma de progreso social únicamente la idea tan de moda de "igualdad
de oportunidades".
Nosotros, que debemos
considerar la "igualdad de oportunidades" como un mínimo, no podemos
creer que sea el paradigma de nuestras aspiraciones de igualdad.
No podemos olvidar su
raíz mercantilista. Al fin y al cabo la "igualdad de oportunidades"
es en el mejor de los casos igualdad de posibilidades para competir, y bien
sabemos que en toda competición unos ganan y otros pierden; que el resultado de
toda competición es un orden jerárquico de superioridad y de inferioridad.
Con lo cual, puede
parecernos aceptable que la "igualdad de oportunidades" legitime las
desigualdades necesarias y permisibles. Pero nunca podremos aceptar que el
acceso a los bienes imprescindibles para una existencia digna pueda depender de
ninguna lucha competitiva.
No hay
"mérito" legítimo de nadie que pueda esgrimirse como título para
justificar un sistema que prive a otros de lo imprescindible para vivir como
personas.
El hombre puede ciertamente
competir por la mayor o menor posesión de bienes materiales, intelectuales y
morales. Y esto ciertamente es una forma de distribuir los bienes.
Pero el hombre también
puede cooperar, y establecer una distribución racional de bienes que al menos
en parte no tome como criterio de distribución el éxito en la lucha
competitiva; sino la necesidad real y actual en cada momento de la vida de los
seres humanos.
Compensar y equilibrar
ambas formas de distribución creo que fue el gran hallazgo de la Socialdemocracia,
sobre cuyos avances se basó la paz social de Europa por medio siglo. Romper con
aquella línea de progreso no es modernidad, sino pura regresión, llámesele como
se llame.
Llegados a este punto,
es justo reconocer que Izquierda Socialista se ha hecho acreedora de una muy
positiva estimación por su tenacidad en defender -contra viento y marea- la
aplicación del ideal igualitario sabiéndolo proyectar a las mediaciones propias
de cada coyuntura, intentando contribuir de este modo a que el PSOE siga
haciendo honor a su nombre y a su trayectoria histórica.
Para concluir, si se me
permite utilizar algún minuto más, diría que :
Si se me pregunta en
que ha consistido lo específico-diferencial del socialismo español, contestaría
con una palabra: PABLISMO.
Pablismo es el estilo
que infundió Iglesias a las organizaciones por él creadas. Iglesias se
consideraba a sí mismo un fiel marxista, pero fue sobre todo un gran humanista
y un regenerador de la vida pública. Por eso lo respetaba tanto Ortega y Gasset,
y por eso lo admiraba y quería tanto D. Antonio Machado.
Sus principales
virtudes fueron la laboriosidad incansable al servicio de los trabajadores, su
seriedad, es decir, la implacable coherencia entre lo que pensaba, lo que
decía, y lo que hacia; su sereno arrojo para estar donde creía que debía estar,
lo que le llevó siete veces a la cárcel. Fue laico y republicano sin
estridencias. Hay que destacar su prudencia, por eso desconfiaba del mito de la
huelga general revolucionaria. Sin negar que en la sociedad habría un día un
corte drástico, operaba cotidianamente como un gradualista, pero sin abdicar de
la meta.
Ese conjunto de rasgos
perfilan el pablismo y evocarlos, así como difundir los conceptos de las
grandes figuras de la historia del socialismo es otra de las tareas que creo
debemos asumir sobre todo quienes estamos alejados del fragor del día a día.
Cada tarea tiene su hombre y su momento.
Hablo a quienes han
sido capaces de mantener durante veinte años la continuidad y la coherencia de
un discurso político socialista; atravesando toda suerte de dificultades. Por
eso, lo mejor que puedo decir de quienes militan en la Corriente, es que participan
-como tantos otros socialistas y ugetistas en cualquier rincón de España- de
aquel modo de hacer, y de aquel espíritu, que se ha dado en llamar pablismo.
Y termino :
Perdonadme si sólo he
dicho lugares comunes de todos vosotros conocidos. Tomadlo al menos como el
recitado de unas creencias que ningún día debemos olvidar para que algún día
lleguen a ser el lugar común de toda la sociedad.
Las circunstancias
adversas pueden hacemos acatar hechos y formas de actuación hoy por hoy
inamovibles. Pero creo que nosotros no debernos contribuir a su consolidación
ni a hacerlos inamovibles en el futuro mediante el grave error de confundir la
necesidad y la virtud, llamando justo, bueno y- conveniente, a lo que es
simplemente inevitable en nuestro tiempo.
Las verdades de hecho
han servido para avanzar en la ciencia empírica, y en la tecnología. Pero son
las verdades de razón las que hicieron posible avanzar más en la humanización
de la cultura. El socialismo es un humanismo precisamente por cuanto exige someter
la racionalidad económica y la racionalidad técnica a una racionalidad
universal, cuyo supremo valor es la autonomía de la conciencia moral
individual, y la consecución de un orden convivencial sin opresión.
Ved, pues, el valor que
tiene mantener la llama de las creencias, creencias que recibimos a su vez de
los antiguos militantes, todo ello a fin de que otros más jóvenes, en mejores
circunstancias, lleguen a dar los pasos que nosotros no pudimos o no supimos
dar, pero de los que nos queda al menos plenamente vivo el anhelo y la
esperanza.
Compañeras y compañeros:
¿Salud!