La República.
Elecciones municipales que derrocaron la monarquía (I)
LUNES, 25 DE MARZO DE 2013
VÍCTOR ARROGANTE
Desde hoy y hasta el 14 de abril, voy a dedicar mis reflexiones a «La
República»: lo que significó política y socialmente, su Constitución, lo qué
hoy representa, y lo que puede llegar a ser en el próximo futuro; sus valores y
los principios que identifican al republicanismo.
El 12 de abril de 1931, hace
ahora 82 años, se celebraron en España elecciones municipales, que, pese a los
resultados globales, provocaron la caída de la monarquía y la proclamación de
la Segunda República española.
Las elecciones municipales que
se convocaron, con el objetivo de consolidar el sistema y conseguir mayor apoyo
popular, resultaron ser la perdición real. Se eligieron cerca de ochenta mil
concejales, estos eligieron a los alcaldes en 8.943 distritos. La monarquía era
un símbolo de decadencia, y republicanos y socialistas, decidieron convertir
las elecciones municipales, en un verdadero plebiscito, sobre la continuidad de
la monarquía en España.
Previamente el 17 de agosto de
1930, con el «El Pacto de San Sebastián», se había acordado la estrategia de
poner fin a la Monarquía representada por Alfonso XIII y proclamar la Segunda
República. En la reunión de San Sebastián estuvieron presentes las siguientes
organizaciones: Alianza Republicana, Partido Radical Socialista, Derecha
Liberal Republicana, Acción Catalana, Acción Republicana de Cataluña, Estat
Catalá, y la Federación Republicana Gallega. Meses después el Partido
Socialista Obrero Español y la Unión General de Trabajadores, se sumaron al
Pacto, con el propósito de organizar una huelga general, que fuera acompañada
de una insurrección militar, que metiera a «la monarquía en los archivos de la
historia» y establecer «la República sobre la base de la soberanía nacional
representada en una Asamblea Constituyente».
La huelga general no llegó a declararse y el pronunciamiento militar,
la «Sublevación de Jaca», fracasó; siendo fusilados los capitanes sublevados:
Galán y García Hernández. Buena parte de los miembros del «Comité
Revolucionario» fueron encarcelados y otros huyeron del país. Pese a la
represión ejercida, el general Berenguer, para suavizar la situación y
fortalecer la soberanía que recaía conjuntamente en el rey y las Cortes, aplicó
la Constitución de 1876 que reconocía las libertades de expresión, reunión y
asociación. Además pretendió convocar elecciones generales para el 1 de marzo
de 1931. Este plan no contó con el apoyo de los monárquicos del Partido Liberal
y Partido Conservador, partidos que se habían turnado en el poder durante los
últimos años.
El rey Alfonso XIII, cesa al
general Berenguer, al no contar con el mínimo apoyo y nombra nuevo presidente
del consejo de ministros al almirante Juan Bautista Aznar-Cabañas, quién forma
gobierno con viejos liberales y conservadores. Una de sus primeras decisiones
fue proponer un nuevo calendario electoral: elecciones municipales el 12 de
abril y posteriormente elecciones a Cortes Constituyentes. Las elecciones del
12 de abril, suponían para la monarquía, volver a la normalidad de antes de la
dictadura de Primo de Rivera. Para las fuerzas republicanas, significó una
prueba de fuerza, una consulta sobre la forma de Estado. Los resultados fueron
un mazazo para los monárquicos, que poco hicieron para evitar que Alfonso XIII
perdiera el trono.
Las candidaturas
«republicano-socialistas» obtuvieron el triunfo en 41 de las 50 capitales de
provincia. Los partidos monárquicos ganaron en 9: Cádiz, Palma de Mallorca, Las
Palmas, Burgos, Ávila, Soria, Lugo y Orense. La participación ciudadana
representó el 70% del electorado. Los monárquicos consiguieron 40.324
concejales, frente a los 36.282 que obtuvieron los republicanos y socialistas.
Los comunistas consiguieron 67 concejales; los diferentes partidos
nacionalistas catalanes más de 4.000 y los nacionalistas vascos 267.
Los partidos monárquicos habían
sido derrotados en los núcleos urbanos, y conseguido una victoria clara en las
zonas rurales. Pero todo fue en su contra. En definitiva, las elecciones
municipales, que se habían convocado para conocer el apoyo que podría recibir
la monarquía, resultaron ser un amplio plebiscito contra la propia monarquía
que las había convocado.
La ciudad de Éibar, el día 13, izó la bandera tricolor y al día
siguiente en las principales capitales españolas, donde las candidaturas republicanas
habían conseguido la mayoría. El 14 de abril, en la Puerta del Sol de Madrid,
se proclamó la Segunda República española. Desde ese mismo día, la derecha
monárquica, católica, cacique y terrateniente, se confabularon para derrocarla
y no pararon hasta que lo consiguieron; llevando a España a una de las mayores
tragedias de su historia.
Se adoptó como bandera la tricolor; el Himno de Riego como himno
oficial y como Presidente Niceto Alcalá Zamora. Antonio Machado, poéticamente,
daba así la bienvenida: «Con las primeras hojas de los chopos y las últimas
flores de los almendros, la primavera traía a nuestra República de la mano. La
naturaleza y la historia parecen fundirse en una clara leyenda anticipada o en
un romance infantil». Un proceso rápido, limpio, incruento e imprevisto, puso
fin a la llamada «Restauración Borbónica».
El diario monárquico ABC publicó en su portada del día 17 de abril la
declaración del rey: «Las elecciones celebradas el domingo me revelan
claramente que no tengo hoy el amor de mi pueblo... Espero a conocer la
auténtica y adecuada expresión de la conciencia colectiva, y mientras habla la
nación, suspendo deliberadamente el ejercicio del Poder Real y me aparto de
España, reconociéndola así como única señora de sus destinos…».
Con los resultados municipales, vino el desconcierto para la clase
política dirigente. El almirante Aznar, entonces jefe del gobierno, declaraba
ante la prensa: «Qué quieren que les diga de un país que se acuesta monárquico
y se levanta republicano», mientras el ministro Romanones, proponían la
renuncia del rey y la calle vitoreaba a la República. Por su parte, el comité
revolucionario republicano, reunido en casa de Miguel Maura, instaba al
Gobierno a someterse a la «voluntad nacional» y convocar unas elecciones a
Cortes Constituyentes. Pero, como dijo el propio Maura: «fue la calle la que se
encargó, por si sola, de aclarar las cosas, marcando el rumbo a los
acontecimientos», y con ellos llegó la República.
Tras la renuncia del gobierno, los miembros del Comité Revolucionario
redactaron las actas del nacimiento de la Segunda República, eligiendo a Niceto
Alcalá Zamora como Presidente del Gobierno provisional. En el Preámbulo del
decreto de nombramiento del presidente se dice: «El Gobierno provisional de la República
ha tomado el poder, sin tramitación y sin resistencia, ni oposición
protocolaria alguna; es el pueblo quien le ha elevado a la posición en que se
halla y es él quien en toda España rinde acatamiento e inviste de autoridad».
En virtud de este primer decreto, el presidente del Gobierno asume la Jefatura
del Estado «con el asentimiento expreso de que las fuerzas políticas
triunfantes y de la voluntad popular, conocedora, antes de emitir su voto en
las urnas, de la composición del Gobierno provisional».
Los resultados habían supuesto una estocada de muerte en todo lo alto
de la monarquía y la puntilla se la dio la guardia civil, al adherirse a la
República su director, el general Sanjurjo. Después todo se resolvió en un
cuarto de hora: el rey, en Cartagena, sale de España hacia el exilio (sin haber
abdicado formalmente) y en la Puerta del Sol, Alcalá Zamora, Lerroux, Fernando
de los Ríos, Manuel Azaña, Casares Quiroga, Miguel Maura, Álvaro de Albornoz y
Francisco Largo Caballero (algunos habían salido de la cárcel ese mismo día),
entran en el ministerio de la Gobernación y asumen el poder, como nuevos
ministros del gobierno provisional. Había nacido la Segunda República.
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