11 de abril de 2013
El lunes murió un joven de 96 años. Un anciano que hasta el último
momento de su vida no se permitió un respiro y luchó desinteresadamente por lo
que consideraba justo. Un anciano que se la jugaba a diario en favor de sus
conciudadanos, con el único afán de mantener el espíritu de la democracia, para
proteger lo que habíamos conseguido y estamos perdiendo. Cuando cualquier
anciano busca la calma de su casa, el reposo después de una vida de esfuerzos y
dolores, él luchó hasta el final, humildemente, sin descanso. Jose Luis
Sampedro lo había conseguido casi todo, pero no ignoró lo que pasaba y mantuvo
el espíritu rebelde de los que son imprescindibles, capaces de luchar hasta el
último momento por un mundo mejor, por proteger a los más desfavorecidos (aumentando cada día). Su ejemplo debería
suponer una llamada a nuestras conciencias.
Después de la Segunda Guerra
Mundial medio mundo se preguntó cómo había sido posible, en la culta y libre
Europa, tantos millones de muertos,
campos de concentración, inhumanas persecuciones, genocidios,
incineraciones en hornos crematorios de judíos, gitanos, homosexuales,
intelectuales, obreros, comerciantes, sin importar la edad, niños, jóvenes,
mujeres, ancianos. ¿Dónde se había metido el resto de la sociedad? ¿Qué
vergonzosa ceguera les había mantenido al margen de lo que ocurría a su
alrededor? Millones de personas habían visto las marcas en las casas de los
judíos, los camiones que recorrían las calles por las noches llevándose a los
vecinos, los trenes cargados de personas hacinadas como ganado camino de la
humillación más cruel y de la muerte. ¿Dónde estaban sus vecinos?
Si alguien es capaz de preguntarse hoy esto, la respuesta la encontrará
fácilmente. Solo hay que mirar alrededor y ver la pobreza en las colas de los
bancos de alimentos, el robo a los jubilados con las preferentes, los
escándalos de políticos ladrones, los desahucios injustos que dejan en la calle
a las familias para que ocupe sus casas la usura de los bancos, que no habita
hogares, ni convive con nosotros, solo acumula a consta de quien sea y como
sea. Solo hay que ver cómo desmontan la sanidad, la educación, la democracia.
¿Y dónde está la mayoría mientras ocurre esto? Vegetando, alimentando sus
miserias frente al televisor, en los campos de fútbol, cumpliendo con el
destino de ser solamente una masa domesticada, que vista desde lejos resulta
tan despreciable.
Algún día recordaremos cómo era la justicia social, la sanidad gratuita
y la enseñanza pública, la democracia en la que se participaba, la solidaridad,
la igualdad, la libertad, y serán un recuerdo. Lo recordaremos cuando
recorramos las calles y volvamos a ver la miseria y la enfermedad en las
aceras, como en otros tiempos. Se lo contaremos a nuestros hijos o nietos
cuando les amenace el hambre, cuando tengan que salir de esta tierra para
buscar unas migajas de pan como emigrantes. Cuando la desesperanza esté
haciendo estragos y veamos que la brecha entre los ricos y los pobres se ha
vuelto insalvable nos preguntaremos qué ocurrió aquí y ahora. ¿Dónde está esa
sociedad que se llena la boca de derechos y la cabeza de conocimientos, pero es
incapaz de ver lo que ocurre alrededor? ¿Dónde están esos ciudadanos que dicen
pertenecer a la culta y democrática Europa? Cuando nos pregunten, tendremos que
responder: ¿Dónde estábamos? Y nos dará vergüenza tener que explicarlo, cuando
las generaciones futuras vean que un anciano de 96 años tenía más fuerza y
valor que la mayoría de nosotros.
En homenaje a Jose Luis Sampedro.
Jesús del Rio.