26 abr 2013
Juan Torres López
Las últimas noticias sobre la
economía española y la reacción del gobierno ante las protestas ciudadanas
marcan a mi juicio un punto definitivo de no retorno.
Los datos del paro, el
empeoramiento de las previsiones de crecimiento, la corrección al alza de la
cifra de déficit o la evolución de los indicadores del crédito, del consumo o
la producción industrial reflejan que la acción del gobierno del Partido Popular
es un desastre sin paliativo alguno.
Ni una sola de las reformas que
ha ido adoptando ha logrado lo que le dijeron a los ciudadanos que iba a
conseguir. La reforma laboral ha multiplicado el desempleo, las financieras no
han saneado de verdad el sistema bancario ni han recuperado el crédito, la
amnistía fiscal solo ha servido para que se valgan de ella los correligionarios
de los gobernantes, y los recortes de derechos y gastos sociales en educación,
sanidad, pensiones o atención a la dependencia ni siquiera suponen una
disminución sustancial de la deuda porque se mantienen los altos pagos por
intereses o el apoyo generoso a la banca y a las grandes empresas.
Los datos son irrefutables y no
hay manera alguna de salvar la gestión de Mariano Rajoy y de su partido. El
cierre de empresas y los despidos crece sin cesar, miles de empresarios pierden
sus patrimonio y los niveles de paro avergüenzan ya y dan miedo a propios y
extraños. La economía no levanta cabeza se mire por donde se mire, la pobreza
está aumentando dramáticamente, sobre todo entre las personas mayores y los
jóvenes y niños, miles de personas y hogares pierden sus viviendas, los
servicios públicos se degradan por momentos y los ingresos de las familias caen
estrepitosamente, generando no solo sufrimiento sino la ruina de las pequeñas y
medianas empresas que viven de ellos, o de cientos de municipios.
Pero nada de eso afecta por igual
a todas las personas porque, mientras tanto, el gobierno se dedica a salvar la
cara y el sillón a banqueros delincuentes, se niega a investigar a los
responsables de todo lo que está pasando y ayuda con la mayor generosidad a las
grandes empresas, bancos y fortunas. Lo prueba como hecho así mismo irrefutable
el aumento de la concentración de la renta y la riqueza y de la desigualdad en
España.
No se trata, pues, de un simple
problema de incompetencia del gobierno. En realidad, lo que tiene que hacer
para que los de arriba salgan adelante en mejores condiciones lo hace bien. Se
trata, además, de que nos gobierna un Partido que traiciona constantemente los
intereses generales, que se enroca en la mentira y que limita las libertades
públicas para sortear los efectos de su fracaso ante la gente normal y
corriente.
Rajoy y el Partido Popular, como
antes le pasó a Zapatero y al PSOE, se han rendido ante los poderes económicos
europeos y sus representantes políticos, y han puesto a España de rodillas ante
la Troika y ante la reaccionaria Señora Merkel, que no es sino la marioneta
vestida de ideóloga liberal de los grandes bancos y corporaciones alemanas.
La política de austeridad que
defienden es una gran estafa cuando va acompañada de casi 5 billones de euros
en ayudas a la banca o de casi 400.000 millones de euros anuales en pago de
intereses a los bancos privados, y está perfectamente demostrado que no puede
tener los efectos beneficiosos que dicen que tiene, sino todo lo contrario. El
propio Rajoy demuestra su incapacidad y su traición cuando pide por la boca
chica ayudas al crecimiento o que el Banco Central Europeo desempeñe otro
papel, o cuando calla ante los efectos devastadores que provoca en la población
más desfavorecida.
Los ministros, el propio Rajoy y
los dirigentes del Partido Popular mienten con descaro constantemente diciendo
a la ciudadanía lo que saben que no va a ocurrir y presentando sus medidas como
lo que no son, tal y como al cabo de poco tiempo se comprueba sin dificultad,
lo que explica la desafección continua de su propio electorado.
El gobierno del Partido Popular
solo actúa con mano firme a la hora de controlar los medios públicos, de
reprimir y criminalizar las protestas sociales, de modificar las normas que
benefician a los más poderosos, incluida la jerarquía de extrema derecha de la
Iglesia Católica, o de disimular los casos de escandalosa corrupción entre sus
propias filas. Y así está propiciando una involución evidente en las libertades
civiles y en la democracia ya de por sí imperfecta de la que gozamos.
El peligro es que todo eso va a
ir a más, como demuestran las medidas que sibilinamente ya se han anunciado, en
materia de pensiones, por ejemplo, y que es posible que hoy mismo se pongan de
nuevo en marcha en el consejo de ministros.
España está en peligro gobernada
por políticos que, como demuestran los datos de sus sobresueldos millonarios
que estamos conociendo, son simples mercenarios con la boca llena de palabras
vacías y de mentiras.
Hay que poner fin a esta
situación y los partidos políticos que nos han llevado a la situación en la que
estamos no pueden sacarnos de ella. Es imprescindible una reacción ciudadana en
defensa de la libertad, de la dignidad y de los derechos humanos y sociales y
de la democracia que están en peligro. Es necesario un protagonismo mucho mayor
de las personas normales y corrientes, las que día a día sacan adelante sus
empresas, sus empleos, sus estudios, sus familias o a las personas que están a
su lado, las que saben trabajar bien y crear riqueza y que no buscan hacerse
ricos a cualquier precio sino ser personas decentes y cumplir honestamente con
sus obligaciones y responsabilidades. Es urgente acabar con la corrupción,
investigar para conocer a los responsables de todo lo que nos ha pasado, a los
políticos que se llevan el dinero, a los banqueros y bancarios que nos han
estafado, a las fortunas que defraudan, a los jueces que no actúan contra todos
estos delincuentes, a las autoridades que no vigilan y dejaron hacer… Es
precisa la unidad ciudadana por encima de diferencias de segundo orden para
salvar lo que de verdad es ahora lo prioritario, para enfrentarse con decisión
e inteligencia a quienes han hecho que Europa se traicione a sí misma y se
empeñan en destruirla, para poner en marcha un proyecto de regeneración
política, económica y social que nos saque de las desesperanza y del miedo,
para luchar contra el fraude en todas sus manifestaciones, para recobrar la
ilusión en nosotros mismos y para garantizar que todos tengamos el mismo
derecho al futuro en bienestar y con seguridad.
Hay que poner fin a este gobierno
porque de él solo se pueden esperar nuevos y más dolorosos e inútiles saltos al
vacío, hay que reclamar nuevas elecciones y hay que lograr que concurran a
ellas candidaturas ciudadanas de nueva factura que traigan el aire fresco que
acabe de una vez con esta pesadilla.
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