Domingo, 24 de Febrero
de 2013 09:36
LD
Olli Rehn lo dejó muy claro el pasado viernes.
A la vista de las
pésimas perspectivas de crecimiento y empleo, ¿ve alguna posibilidad de que se
revise el programa griego?, le preguntaron en la presentación de las sombrías
previsiones económicas de Europa. “La clave de la recesión en Grecia no se
explica principalmente por la austeridad, sino por la inestabilidad política
del país y los defectos en la puesta en marcha de las reformas estructurales”,
respondió el comisario europeo de Asuntos Económicos. El fallo de esta
argumentación es que el abismo entre la realidad y los deseos de Bruselas no
afecta solo a Atenas.
La Comisión Europea dibuja un panorama
negrísimo: la zona euro arrastrará este año una recesión seguida por un
crecimiento anémico a lo largo de 2014; y España se ve abocada a nueve
trimestres consecutivos de caídas del PIB, algo inédito desde que terminó la
Guerra Civil hace más de siete décadas.
La conclusión parece
evidente.
¿Han fracasado entonces
las recetas impuestas por Bruselas? ¿Infravaloró la Comisión las consecuencias
de una política que imponía una estricta cura de adelgazamiento a toda la
eurozona, al mismo tiempo que en muchos países una banca gripada se veía
incapaz de engrasar la economía a través del crédito y el paro se disparaba? No
son preguntas del agrado de Rehn, que se ha enzarzado con una polémica al
respecto con el Fondo Monetario Internacional (FMI), pero el político finlandés
resumió sus respuestas en una carta que envió la semana pasada a los ministros
de Finanzas de la zona euro. “El debate sobre el impacto de un cambio en la
política fiscal en el crecimiento no sirve de ayuda y amenaza con erosionar la
confianza que llevamos años construyendo meticulosamente”, aseguraba el
comisario en la misiva, también dirigida a los jefes del Banco Central Europeo
(BCE), Mario Draghi, y del FMI, Christine Lagarde.
Pero los argumentos de
Rehn no convencen a la comunidad científica.
De la decena de economistas internacionales
consultados por este periódico, una amplia mayoría acusa a la Comisión de
haberse empecinado en dictar unas recetas que se han demostrado erróneas; y de
no haber cambiado el rumbo cuando sus políticas se estrellaban contra la
realidad. Es este el “dogmatismo” que reprochan a Bruselas profesores como Luis
Garicano, de la London School of Economics, que contrapone el ejemplo del FMI,
más proclive a rectificar en caso de error. Estos expertos —que abarcan un
amplio espectro ideológico, desde el conservador Desmond Lachman hasta los
progresistas James Galbraith o Paul Krugman— echan en cara a los eurócratas
haber provocado un sufrimiento innecesario a gran parte de los ciudadanos de la
UE, sobre todo a los del sur.
Tan solo dos de los
economistas consultados conceden un respiro al comisario y a su equipo.
José Manuel
González-Páramo y Guntram Wolff —los dos más benevolentes— insisten en que no
hay un único culpable de la crisis y que, dadas las circunstancias, Bruselas no
ha estado tan desacertada. A la hora de buscar responsabilidades, sería injusto
mirar solo hacia Bruselas. Desde su despacho en Berlín, la canciller Angela
Merkel ha liderado a los países del Norte que insisten en no aflojar la soga a
los del Sur.
“La Comisión es la
única que no vio venir lo que pasaba. Son los responsables de la recesión por
haber empujado a todos los países al mismo tiempo a una cura de austeridad.
Estamos ante una recesión autoimpuesta. No podrían haber sido más estúpidos”,
dispara Paul de Grauwe, profesor de la London School of Economics.
La polémica entre
austeridad y crecimiento tomó nuevos bríos después de que el economista jefe
del FMI, Olivier Blanchard, admitiera el pasado mes de enero en un informe que
su institución había infravalorado las repercusiones negativas de la
austeridad. Pero, según Rehn argumentaba en su carta, la credibilidad de este
estudio queda en entredicho por “su horizonte temporal limitado y por la
posibilidad de que haya habido otros factores que impactaran en el crecimiento
en comparación con lo previsto en 2010 y 2011”. “El FMI ha hecho un informe profesional
liderado por uno de los expertos en macroeconomía más importantes del mundo. La
refutación que llega de Bruselas, en cambio, avergonzaría a un estudiante de
primer año de posgrado. No es que el informe de Blanchard demuestre que la
Comisión y el señor Rehn están equivocados, es que eso ya lo ha hecho la
evidencia, tanto teórica como empírica”, escribía hace unos días en su blog
Jonathan Portes, director del británico Instituto de Investigación Económica y
Social.
Las políticas dictadas por Bruselas y Berlín,
y aplicadas por los Gobiernos de cada país han generado un malestar que, tan
solo en los últimos días, ha llenado de manifestantes las calles de Grecia y
Bélgica en los últimos días. Ya fuera de la zona euro, el descontento popular
ha hecho caer esta semana al Gobierno búlgaro en bloque. Pero los países del
Sur están obligados a perseverar en las políticas que generan malestar si
quieren lograr el visto bueno de la Comisión y del BCE. “Este es un equilibrio
inestable y por tanto no puede durar.
La austeridad obligada
solo asegura tasas de crecimiento negativas y una carga de la deuda cada vez
mayor. Si los italianos o los españoles mostraran un rechazo claro a las
políticas impuestas, forzarían importantes concesiones por parte de Bruselas y
Fráncfort. Pero no soy optimista. Parece que el liderazgo de la Comisión
funcione en una realidad alternativa”, asegura James Galbraith, profesor de la
Universidad de Texas.
Dani Rodrik, profesor
en Harvard y autor de La paradoja de la globalización, cree que el equipo
comandado por Olli Rehn “ha estado engañándose a sí mismo con la ilusión de que
las reformas estructurales que defienden pueden impulsar la economía en medio
de una caída en picado de la actividad”. Son las mismas reformas que el viernes
el comisario europeo volvió a exigir a España y a otros países como Francia a
cambio de flexibilizar, una vez más, unos objetivos de déficit que hoy por hoy
se muestran incapaces de cumplir.
EXTREMADURA PROGRESISTA