Sábado, 09 de Febrero
de 2013 09:46
Cándido Marquesán
Millán
Que en España estamos atravesando a nivel
político un momento crítico es una obviedad. Desentrañar las causas que nos han
llevado a esta situación, es una labor harto compleja, y que no pueden ser
expuestas en unas breves líneas. No obstante, quiero detenerme en la falta de ejemplaridad pública y en el patriotismo
de cartón piedra de los populares. Estas reflexiones podrían ser extrapolables a
buena parte de nuestra clase política. Que el tesorero del PP con un despacho
contiguo al de Rajoy tenga en unas cuentas en Suiza 22 millones de euros; que
además la cúpula dirigente del PP recibiera dinero negro en sobres, para no
cotizar en Hacienda; que la actual secretaria general del PP, sea capaz, además
de dejar sin servicio de urgencia a muchos pueblos de Castilla la Mancha,
mayoritariamente de gente de edad avanzada, de tener la desfachatez de decir
que no le consta ese reparto del botín, que una ministra sufrague los
cumpleaños de sus hijos con dinero de Don Corleone y a su vez elimine el
programa de Teleasistencia, son todos ellos ejemplos de la carencia de valores
éticos.
Con el agravante de tener la pretensión
de darnos día tras otro lecciones de
ejemplaridad. Surrealista. Me parecen muy pertinentes en estos momentos algunas
reflexiones extraídas de la lectura de un extraordinario libro Ejemplaridad
pública del filósofo Javier Gomá, del que expongo alguno de sus
contenidos. Toda vida humana es un
ejemplo y, por ello, sobre ella recae un imperativo de ejemplaridad: obra de
tal manera que tu comportamiento sea
imitable y generalizable en tu ámbito de influencia, generando en él un impacto
civilizatorio. Este imperativo es muy importante en la familia, en la escuela,
y sobre todo, en la actividad política, ya que el ejemplo de sus dirigentes
sirve, si es positivo, para cohesionar la sociedad, y si es negativo, para
fragmentarla y atomizarla.
El espacio público está cimentado en la
ejemplaridad. Podría decirse que la política es el arte de ejemplificar. Las
instituciones públicas han sido conscientes o deberían serlo del efecto
multiplicador para potenciar la convivencia de determinados modelos públicos.
Los políticos, sus mismas personas y sus
vidas, son, lo quieran o no, ejemplos de una gran influencia social. Como
autores de las fuentes escritas de Derecho-a través de las leyes- ejercen un
dominio muy amplio sobre nuestras libertades, derechos y patrimonio. Y como son
muy importantes para nuestras vidas, atraen sobre ellos la atención de los
gobernados y se convierten en personajes públicos. Por ello, sus actos no quedan reducidos al
ámbito de su vida privada.
Merced a los medios de comunicación de masas
se propicia el conocimiento de sus modos de vida y, por ende, la trascendencia
de su ejemplo, que puede servir de paradigma moral para los ciudadanos. Los
políticos dan el tono a la sociedad, crean pautas de comportamiento y suscitan
hábitos colectivos. Por ende, pesa sobre ellos un plus de responsabilidad. A diferencia de los demás ciudadanos, que
pueden hacer lícitamente todo aquello que no esté prohibido por las leyes, a
ellos se les exige que observen, respeten y que no contradigan un conjunto de
valores estimados por la sociedad a la que dicen servir.
No es suficiente con
que cumplan las leyes, han de ser ejemplares. Si los políticos lo fueran,
serían necesarias muy pocas leyes, porque las mores cívicas que dimanarían de
su ejemplo, haría innecesaria la imposición por la fuerza de aquello que la
mayoría de ciudadanos estarían haciendo
ya con agrado. Saint-Just ante la Convención revolucionaria denunció “Se
promulgan demasiadas leyes, se dan pocos ejemplos”, Circunstancia que no ha
cambiado sustancialmente en la actualidad.
Con la democracia liberal, se acrecienta
todavía más la necesidad de la ejemplaridad del profesional de la política.
Además de responder ante la ley, es responsable ante quien le eligió.
Frecuentemente, observamos que un político sin haber cometido nada ilícito se
hace reprochable ante la ciudadanía, por lo que debe dimitir y se hace
inelegible, al haber perdido la confianza de sus electores. Más la confianza no
se compra, no se impone: la confianza se inspira. Más, ¿qué es una persona
fiable? La confianza surge de una ejemplaridad personal, o lo que es lo mismo,
la excelencia moral, el concepto de honestum. Cicerón en su tratado Sobre los
deberes, nos lo define, como un conjunto de cuatro virtudes: sabiduría,
magnanimidad, justicia y decorum (esta última es la uniformidad de toda la vida
y de cada uno de sus actos). Es evidente hoy que esta ciceroniana uniformidad
de vida, incluyendo la rectitud en la vida privada, es determinante en la
generación de confianza ciudadana hacia los políticos.
Frente a ese político ideal que genera la
confianza de la ciudadanía, existen otros comportamientos políticos que
producen en buena lógica el sentimiento contrario. Véase, los manifestados por
aquellos políticos del PP que jalearon en el Parlamento con estruendosos aplausos
los mayores recortes de nuestra democracia. E incluso, alguno de ellos, cuando
se dio a conocer la reducción de las prestaciones del desempleo, añadió “que se
jodan”; u otro que al anunciarse la
eliminación de la paga de Navidad de los funcionarios, gritó con auténtico
frenesí “¡a trabajar!” Regocijarse ante
la desgracia ajena, esto es sadismo o crueldad.
Tampoco deberían sorprendernos tales
comportamientos, ya que como señalaba Azaña, y lo estamos constatando día tras
día, muchos acuden a la política no para realizar un servicio a la comunidad,
sino para otros fines menos altruistas: el deseo de medrar, el instinto
adquisitivo, el gusto de lucirse, el afán de mando, la necesidad de vivir como
se pueda y hasta un cierto donjuanismo.
Más, estos móviles no son los auténticos de la
verdadera acción política. Los auténticos, los de verdad, son la percepción de
la continuidad histórica, de la duración, es la observación directa y personal
del ambiente que nos circunda, observación respaldada por el sentimiento de
justicia, que es el gran motor de todas las innovaciones de las sociedades
humanas. Ni que decir tiene que los recortes ejecutados por el gobierno de
Rajoy, faltando a su palabra y el que falta a su palabra a más ya no puede
faltar, no están respaldados por el sentimiento de la justicia. Y todo lo
relacionado con el caso Bárcenas, con los pagos en dinero negro a la cúpula
dirigente del PP, produce un sentimiento de asco y de hedor. La sede de la
calle Génova se asemeja cada vez más a una fosa séptica.
Todo huele a podrido.
Esta cuadrilla eran los que pretendían darnos lecciones de patriotismo. Estos
caballeros deben pensar que patriotismo es sinónimo de patrimonio. Como también
el envolverse en la bandera y besarla con pasión, el entonar el himno nacional,
el festejar la fiesta del 12 de octubre --sin saber qué se celebra, si es la
Fiesta de la Hispanidad, la de la Raza, de España, de la Virgen del Pilar--, el
presenciar desfiles militares, o descorchar botellas de champán con el triunfo
de la selección española de fútbol. Este es un patriotismo de cartón piedra.
Ser patriota es mucho más. Ser patriota es poner lo público por delante de lo
privado.
Es querer lo mejor para
tu país y tus conciudadanos, lo que se consigue entre otras cosas pagando los
impuestos y haciendo caso omiso de los paraísos fiscales o no acogerte a una
amnistía fiscal. Así se empieza a ser patriota. Por ello, me parece muy
acertada la definición de "patriotismo" hecha por Mauricio Viroli,
entendido como la capacidad de los ciudadanos de comprometerse en la defensa de
las libertades y de los derechos de las personas. La virtud cívica o política
se define como el amor a una patria, entendiéndola no como una vinculación a la
unidad cultural, étnica y religiosa de un pueblo, sino como amor a la libertad
común y a las instituciones que la sustentan.
Esa virtud cívica es la que se debe fomentar,
por ello "Es urgente instruir a los jóvenes sobre la historia de nuestra
patria, enseñarles a amar a quienes lucharon por nuestra libertad". El auténtico
patriotismo es que ningún ciudadano, ninguna ciudadana quede expuesto a la
miseria ni abandonado a su suerte en tiempos de desventura. Es que todos tengan
exactamente los mismos derechos, los mismos deberes y las mismas libertades y
oportunidades, de verdad, sea cual sea su cuna o su sexo. Es que cada persona
esté protegida en sus necesidades elementales.
Es que todo el mundo adquiera tanta cultura,
tanta educación y tanta formación como sea posible, para vivir mejor, para ser
útiles y para ser difíciles de manipular y someter. Es que la justicia sea
igual para todos, y que las cargas y alivios sociales sean escrupulosamente
proporcionales a las posibilidades de cada cual. Es que, en caso de duda, nos
pongamos siempre de parte de los débiles. Este es el verdadero patriotismo. No
el de envolverse en banderas, ni el de entonar himnos, ni el de festejar
fiestas, ni el de presenciar desfiles militares
EXTREMADURA PROGRESISTA