MIÉRCOLES, 8 DE MAYO DE 2013
ESTHER CLAVERO MIRA
Es interesante que sigamos
profundizando en la controversia Iglesia-Estado, cuando históricamente y
todavía en la actualidad suscita debates socio-políticos, sobre todo, cuando
intentan los dogmas católicos en la vida pública y política de la sociedad española.
Por tanto la llamada "cuestión religiosa" todavía sigue presente en
la agenda política.
Parece asombroso que cuando en el
artículo 21 de la Constitución de 1869 se establecía la libertad de cultos y en
la Constitución de 1856 se hablaba de la libertad de conciencia; planteándose
el matrimonio civil, la secularización de cementerios… en la actualidad exista
un cierto reparo por parte de la mayoría de cargos públicos a la hora de
posicionarse en contra de no asistir (incluso en los partidos más progresistas)
a actos religiosos.
Hoy parece existir una
homogeneidad entre las élites de los partidos políticos ante la presencia de
los cargos públicos en las manifestaciones religiosas, algo asumido, incluso
por aquellos personas que en el ámbito de su ética privada se sienten ateos o
agnósticos, pero que en ese “miedo a perder votos” se ponen cualquier disfraz
de hipocresía con la excusa de que representan a toda la población, sin caer en
el planteamiento de que precisamente por eso, porque representan a toda una
sociedad moderna y multicultural, la
paradoja se encuentra en aparecer en ellas, no como ciudadanos de a pie, que en
eso nada puedo objetar, sino como cargos representativos y electos. Incluso se
llega a asumir el hecho de que una corporación al completo vaya tras un trono
al modo de película de Berlanga, pero sin dictadura, en un estado aconfesional
y en el siglo XXI.
Lo más extravagante es que
aquellos amigos y compañeros cristianos y católicos llegan a entender
perfectamente la separación entre la ética pública y la privada. Cuestiones
entre Iglesia-sociedad, Iglesia-Estado tales como la desigualdad de género y el
trato asimétrico con el que la institución eclesiástica influye en cada uno de
los géneros, la elección antidemocrática de los cargos religiosos, la huida de
la sencillez y de la austeridad de la iglesia primitiva... debieran ser
pretextos más que suficientes para que en una sociedad democrática, que
pretende el progreso y persigue la justicia social se planteara que los cargos públicos
como tales no sintieran la obligación de salir tras un trono, en una posición
privilegiada, que marca la superioridad y la cercanía de los poderosos a la
salvación divina.
La necesaria separación entre el
ámbito público y el privado, así como la separación de poderes, parece quedar
muy lejana en el tiempo, pero pasmosamente el debate no se ha cerrado todavía,
cuando ministros como Gallardón cumplen los deseos de la Santa Madre Iglesia,
que excepto a quienes defendemos el uso de métodos anticonceptivos, el aborto y
el matrimonio homosexual, a todos acoge en su seno.
Lo sorprendente es que mientras
en el siglo XIX los partidos que ocupaban el gobierno, liberales y
conservadores, adoptaban posturas totalmente diferenciadas ante las élites
eclesiásticas, hoy parece haberse instalado un silencio sagrado y un debate
prohibido dentro de las organizaciones políticas para no levantar ampollas.
¿Somos menos críticos que hace un siglo? ¿Se ha instalado el miedo ante la
institución eclesiástica o se han convertido los partidos en lo que diría
Clauss Offe, partidos Catch-all (atrapalo todo) y se teme abrir ciertos
debates? Cuando es precisamente lo contrario, la indefinición de los partidos
políticos en ciertos asuntos (algo totalmente novedoso de la política) lo que
hace que la ciudadanía nos perciba a “todos como iguales”: Si se sigue una
política económica neoliberal y no nos plantamos ante ciertas intromisiones de
la iglesia en los asuntos del Estado, y se defienden indiscutibles libertades,
¿qué es lo que nos queda?
No se trata de abrir el debate de
una sociedad sin religión, ni un rechazo a las religiones, ese sería motivo de
otro gran debate, sino de la estricta separación de poderes, un papel diferente
y secundario de la iglesia católica en la escena política española. Respetando,
siempre la presencia individual de cualquier persona, cargo público o no, en un
acto religioso pero entre el resto de la ciudadanía sin ocupar posiciones
privilegiadas; de ahí que crea necesaria esa nada costosa, y me refiero económicamente por los tiempos que
corren, Ley de Libertad Religiosa.
Hoy ante ciertas manifestaciones
contra los derechos y libertades de los y las españolas, contra la soberanía
nacional, contra la autonomía de las mujeres sobre sus propios cuerpos y su
maternidad, contra el derecho de las personas del mismo sexo a contraer
matrimonio, el rechazo ante distintos modelos familiares, ante la nefasta
visión de actos impúdicos de ciertos clérigos y contra el nuevo modelo de
sociedad y Estado organizado desde los principios de la soberanía nacional y de
las libertades, es más que nunca el momento, y nunca mejor dicho de no
“comulgar con ruedas de molino”.
"La libertad es la distancia
entre la iglesia y el estado" J. Boston
Esther Clavero Mira, es diputada
regional del Partido Socialista de la Región de Murcia - PSOE